¿Cómo lograr que todo el mundo pueda acceder a una alimentación digna y necesaria, una dieta saludable que permita salir de la emergencia alimentaria que recae sobre una parte importante de la población del planeta? Este es uno de los objetivos en los que trabaja David Laborde, Director de la División de Economía Agroalimentaria en la FAO desde febrero de 2023. Allí encabeza el trabajo en monitoreo de políticas, reformas e incentivos para transformar los sistemas agroalimentarios. También lidera las áreas prioritarias de resiliencia y bioeconomía. Antes de unirse a la FAO, trabajó 16 años en el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI) del CGIAR en Washington D.C., donde dirigió investigaciones en macroeconomía, comercio y codirigió el proyecto Ceres2030.
Sus intereses incluyen la seguridad alimentaria y la nutrición en el contexto de la globalización y el cambio climático. Participarà en la Noche de las Ideas donbde abordará estas cuestiones y explicará porquè en el presente, 733 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria crónica y 2.8 mil millones están malnutridas. Laborde see presentará en el encuentro internacional de La Noche de las Ideas que lleva como lema: “El poder de actuar” y se realiza esta semana. Por allí transitarán protagonistas argentinos y europeos de las ciencias sociales, la ciencia política y las artes. Habrá actividades en el Teatro Colón, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza, Rosario, Santa Fe, Tandil y Tucumán. Organizan: Institut français d’Argentine - Embajada de Francia, la red de Alianzas sas de Argentina, Fundación Medifé, la red de los Centros Franco-Argentinos y gobiernos locales. Conversò con Ñ en un intercambio realizado por correo electrónico.
–¿Cuáles son los costos ocultos de los sistemas agroalimentarios?
–Los costos ocultos de los sistemas agroalimentarios suelen ser invisibles a través de las prácticas de contabilidad habituales. Están asociados a lo que los economistas llaman "externalidades", diversos "fallos de mercado" y efectos indirectos. En conjunto, representan una serie de costos que paga la sociedad, hoy o en el futuro, y que no se tienen en cuenta al tomar decisiones.
–Modificar los patrones alimentarios puede ayudar a alcanzar objetivos relacionados con la salud. También existen beneficios ambientales, como liberar tierras de cultivo, capturar gases de efecto invernadero o reducir las emisiones de nitrógeno. ¿Cómo se pueden alcanzar esos objetivos? ¿Qué tipo de planificación efectiva se está llevando a cabo en colaboración con los gobiernos de la región?
–Los cambios alimentarios necesarios varían según el país e incluso según la persona. Deben ser coherentes con las necesidades individuales y alineados con la capacidad de los productores para ofrecer de manera eficiente y sostenible los distintos componentes de la dieta. Algunas personas deben reducir su consumo de carne, mientras que otras pueden necesitar aumentar su ingesta de alimentos de origen animal, como carne o lácteos.
Por ello, el punto de partida es simple pero fundamental: asegurarnos de contar con información precisa sobre las dietas y definir pautas alimentarias siguiendo las recomendaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Estas pautas deben promover la salud tanto individual como ambiental, siendo económica, cultural y socialmente aceptables, accesibles y asequibles.

Una vez que sabemos qué comer, debemos garantizar que estas dietas estén disponibles (que se produzcan y los agricultores reciban ingresos adecuados), asequibles (que los precios para los consumidores sean lo suficientemente bajos y los ingresos, lo suficientemente altos) y que haya tecnologías eficientes disponibles para reducir los impactos ambientales. Además, es fundamental contar con instituciones lo suficientemente fuertes como para asegurar que los derechos humanos, ambientales y el Estado de derecho contribuyan a hacerlas realidad.
Aunque esto pueda parecer mucho, los países y las sociedades ya están trabajando en estos objetivos. Lo importante es asegurar que las acciones estén coordinadas entre los diferentes actores y territorios, fomentando comportamientos en la dirección correcta. Por eso, la FAO ha propuesto una Hoja de Ruta Global para sincronizar los esfuerzos a nivel internacional y acelerar la transformación que ya se está llevando a cabo en los países.

–¿Qué esfuerzos conjuntos se pueden desarrollar con actores influyentes como chefs reconocidos en los medios, que a veces actúan como influencers?
–Crear conciencia sobre el papel de las dietas saludables y recuperar platos tradicionales, especialmente aquellos a base de frijoles y leguminosas, para hacerlos más populares o adaptarlos a los estilos de vida y gustos actuales es fundamental. Cambiar las dietas no se trata solo de precios e ingresos. Influir en los comportamientos también es clave.
Sin embargo, no hay que olvidar que cocinar requiere tiempo y habilidades que muchas familias no tienen. Además, en muchas partes del mundo, la responsabilidad de cocinar sigue siendo altamente desigual por género. Por eso, hay que encontrar los influencers adecuados, pero también asegurarse de que lo que proponemos no solo sea atractivo en una pantalla (televisión o celular), sino que sea implementable y realista para la mayoría de las personas.
–¿Cuál es la situación actual del consumo de alimentos procesados con aditivos y conservantes? ¿Se observan consecuencias?
–Los sistemas agroalimentarios modernos se caracterizan por un aumento en el consumo de alimentos procesados y ultraprocesados. Procesar alimentos no es negativo en sí mismo: ha contribuido a mejorar la inocuidad alimentaria (menos contaminación), prolongar la conservación (menos desperdicio), reducir costos y ahorrar tiempo.
Sin embargo, también se ha vinculado con excesos: mayor densidad calórica por grasas, azúcares o sodio, y mayor uso de aditivos y conservantes. Varias de estas sustancias, especialmente cuando se consumen en exceso, están relacionadas con enfermedades no transmisibles, desde enfermedades cardíacas hasta cánceres o desequilibrios hormonales. También podrían haber contribuido al aumento de las reacciones alérgicas. Por eso son fundamentales las regulaciones sanitarias, y se deben realizar estudios para evaluar el impacto de estos nuevos componentes.

–Este contexto nos lleva a un objetivo que se vuelve paradojal: ¿Cómo se alimenta a toda la población mundial sin arrasar el planeta?
–Probablemente lo han pensado alguna vez: si es mejor comprar productos locales, evitar el desperdicio o pasarse a una dieta más basada en verduras. La alimentación está en el centro de muchas conversaciones públicas, y la presión para tomar las “decisiones correctas” como consumidores va en aumento. Pero aquí va una verdad importante: por muy conscientes que seamos, la forma en que hoy producimos, distribuimos y consumimos alimentos genera enormes desafíos para la sostenibilidad.
Los sistemas agroalimentarios tienen una gran huella en términos de emisiones globales de gases de efecto invernadero, uso de tierra y agua, y costos de salud tanto públicos como privados. Están moldeados por una red vasta y compleja de agricultores, trabajadores del sector alimentario, empresas, reguladores y gobiernos. Influyen en todo, desde la acción climática hasta el crecimiento económico, los medios de vida y la seguridad alimentaria, y también se ven influenciados por todos estos factores. Si queremos un futuro en el que todos puedan alimentarse bien sin degradar el medioambiente, se necesita mucho más que buenas intenciones en la caja del supermercado.
La buena noticia es que los mismos sistemas que generan presión hoy también contienen las claves para la transformación. Con las decisiones adecuadas, la alimentación puede ser una palanca para la salud, las soluciones climáticas y para conseguir menos desigualdad. Esto implica transformar los entornos alimentarios para que las opciones saludables y sostenibles no solo estén disponibles, sino que también sean fáciles de elegir. Significa alinear políticas, inversiones e incentivos a lo largo de toda la cadena de valor. Y también implica dejar de ver la alimentación solo como una decisión individual, para asumirla como una oportunidad global compartida para el cambio.
Esta conversación es fundamental, pero apenas es el comienzo. La pregunta más urgente es cómo transformar los sistemas agroalimentarios a gran escala, sin dejar a nadie atrás. Esa pregunta es más grande que cualquier sector o solución en solitario, y solo tiene sentido si la abordamos juntos.
–Esto nos lleva a preguntarnos por los costos, los visibles y los ocultos de los alimentos...
–Lo que pagamos por los alimentos no refleja su costo real para la sociedad. Gran parte de la carga está oculta: ingresos insuficientes para quienes cultivan y preparan nuestros alimentos, ecosistemas degradados, pérdida de capital humano por malnutrición y potencial económico desperdiciado. Estos costos no se reflejan en los precios de mercado, pero los pagan a diario las personas y el planeta. Y se acumulan: según el informe insignia de la FAO, SOFI, ascienden a 12 billones de dólares.
La mayor parte de estos costos ocultos proviene de patrones alimentarios poco saludables. Las dietas deficientes son hoy el principal factor de riesgo de muerte en el mundo. En muchos países, la desnutrición y la obesidad oexisten, a menudo en el mismo hogar. Esta doble carga incrementa la vulnerabilidad a enfermedades, reduce la productividad y afecta los resultados educativos. El impacto económico es enorme: los patrones alimentarios poco saludables y su efecto sobre la productividad global representan 9.3 billones de dólares, lo que equivale al 73 por ciento del total de los costos ocultos en los sistemas agroalimentarios.

–¿Cómo se mide el impacto ambiental de los sistemas agroalimentarios?
–El impacto ambiental también es considerable. Los sistemas agroalimentarios contribuyen con aproximadamente un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. El uso excesivo de fertilizantes provoca escorrentías (movimientos del agua sobre la superficie terrestre, generalmente de lluvia, que no son absorbidos por el suelo y se desplaza hacia ríos, lagos u otros cuerpos de agua) de nitrógeno que contaminan ríos, lagos y el aire. La degradación de la tierra y el estrés hídrico son generalizados. Estas presiones amenazan la biodiversidad y debilitan los ecosistemas de los que depende la producción alimentaria. El costo ambiental se estima en 2.9 billones de dólares anuales, con la contaminación por nitrógeno, las emisiones de gases de efecto invernadero, el cambio en el uso del suelo y el uso del agua como principales factores.
La carga social de los sistemas agroalimentarios actuales va más allá del hambre. Mientras 733 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria crónica y 2.8 mil millones están malnutridas, estos mismos sistemas también son fuente de ingresos para miles de millones. Se estima que 3.8 mil millones de personas dependen de los sistemas agroalimentarios para sus medios de vida, ya sea de manera directa o a través de sectores relacionados. Por muy urgente que sea la reforma, debemos avanzar con cuidado. El cambio no puede darse a costa de quienes dependen de estos sistemas para sobrevivir.
–Usted hablaba de "una hoja de ruta para el cambio. ¿En qué consiste?
–Si los problemas están interconectados, las soluciones también deben estarlo. Para traducir los desafíos en acciones, en la FAO lanzamos el FAO Global Roap, un marco de colaboración liderado por los países y basado en evidencia, que busca catalizar esfuerzos colectivos en todos los niveles –global, regional, nacional y local– para crear sistemas agroalimentarios productivos, económicamente viables, socialmente inclusivos y ambientalmente sostenibles. En este contexto, trabajamos con países y comunidades de todo el mundo para cocrear respuestas prácticas, guiadas por la evidencia y adaptadas a cada realidad. Esto incluye un marco común de acción centrado en varias áreas críticas de transformación.
Una de ellas es el consumo. Las dietas deben cambiar, no solo para mejorar la salud, sino también para reducir la presión sobre el medioambiente. Hoy en día, miles de millones de personas no pueden costear una dieta saludable o consumen en exceso productos perjudiciales para su salud y para el planeta. Promover dietas diversas y nutritivas es una intervención de bajo costo y alto impacto. Igualmente urgente es la necesidad de reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos. Más del 13 por ciento de los alimentos se pierde después de la cosecha, y un 19 por ciento se desperdicia en hogares, restaurantes y comercios. Reducir este desperdicio es una de las formas más inmediatas de disminuir emisiones y mejorar el .
En cuanto a la producción, la transformación implica trabajar con la naturaleza. La ganadería, los suelos, los bosques, las pesquerías y los sistemas hídricos están bajo presión. Pero cada uno de ellos también contiene parte de la solución. Estrategias sostenibles para la ganadería pueden reducir emisiones sin sacrificar medios de vida. Los alimentos acuáticos ofrecen proteínas con una menor huella de carbono. Los suelos sanos almacenan carbono, retienen agua y sustentan rendimientos resilientes. Los bosques y humedales regulan el clima y sostienen la agricultura. Estos activos deben protegerse y restaurarse si queremos producir alimentos dentro de los límites del planeta.

–¿Y el papel de los gobiernos, los estados?
–Nada de esto puede lograrse sin una mejor gobernanza. Se necesita información confiable para orientar las decisiones y políticas inclusivas para asegurar que los beneficios se distribuyan equitativamente. La eficiencia debe equilibrarse con la equidad. La protección social, la educación para mujeres y niñas y la inversión en infraestructura rural son esenciales. Las políticas deben alinear la agricultura, la salud, el clima y el comercio, en lugar de actuar por separado.
Agenda de David Laborde
Sábado 17 de mayo 15:30hs: " ¿Comer para vivir o comer para morir? En torno a la seguridad alimentaria", en el Centro de Experimentación del Teatro Colón. Con Gabriela Parodi y María Priscila Ramos.
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