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      “No me preocupa tanto encontrar el sentido de la vida: vivir es lo importante”

      Una obra de teatro es un mundo en miniatura que refleja grandezas y debilidades. Este creador de piezas tan prestigiosas como entrañables habla de su vida y de su tarea, por la que recibió el Premio Ñ a la Trayectoria Cultural.

      Redacción Clarín

      Cuando orillaba los veinte, lo rechazaron para formar parte de una misión de dos años a las Islas Orcadas del Sur: no era meteorólogo ni cocinero –los dos saberes indispensables– y de poco sirvió que defendiera su ansiedad por deglutir horizontes. No llegó al extremo Sur, cierto, pero nunca dejó de ser un explorador aunque viviese en plena ciudad de Buenos Aires y su herramienta se llamara palabra. Carlos Gorostiza irrumpió en el teatro independiente de los años 40 con su obra “El puente” en la que ya denuncia el egoísmo y la exclusión como improntas de la sociedad. Autor de más de 30 obras, seis novelas, un libro de memorias y algún inhallable poema, fue uno de los protagonistas centrales de “Teatro Abierto”, el ciclo que se convirtió en una proclama de libertad en la última época de la dictadura. Intentó la función pública –fue secretario de Cultura de Raúl Alfonsín– pero la abandonó a los dos años para regresar a su casa: extrañaba escribir. A los 90 está por estrenar dos nuevas obras, luego de recibir, pocas semanas atrás, el Premio Ñ a la Trayectoria Cultural.

      Dicen que cuando usted era chico soñaba con ser el indio de las novelas americanas porque se identificaba con los que morían injustamente. ¿Podemos encontrar allí el germen de sus textos que ahondan en lo abusivo, en lo arbitrario? Quizás sea un indicio. Hay pocos momentos que uno olvida y este que le voy a contar es uno de ellos: yo tenía 10 años, vivía en Anchorena y Santa Fe, pasaba horas leyendo en una silla pequeña. Aún siento mi llanto desconsolado sobre las páginas de la novela “Wyandotte” del estadounidense James Fenimore Cooper, el mismo de “El último mohicano”. Era una reacción de profunda tristeza pero también de comprensión: de alguna manera, quizás no racional aún, supe que el protagonista sufría injustamente por ser indio, menospreciado, y que allí se encontraba la raíz de sus tragedias. Más tarde me di cuenta de que no era un hecho aislado: vi qué pasaba con los negros, con los judíos, con los homosexuales. Así descubrí que siempre hay un otro al que cuesta ver como par.

      Se niega al que tenemos enfrente, como en su obra “Los hermanos queridos”.

      ¿Se acuerda? La estrenaron Carlos Carella y Ulises Dumont en 1978. Habla de dos hermanos, cada uno vive en su casa, pero la acción ocurre en un solo sitio: en un patio que mágicamente es, a la vez, el de ambos. Durante toda la acción los hermanos y sus mujeres no se ven. Hay un malentendido y uno está esperando al otro para comer, y ese otro al primero. Pero no … no llegan nunca a darse cuenta de que están ahí. Terminan sentados en una mesa frente a frente, sin verse.

      ¿Ese patio era un reflejo de la Argentina? Sí, no hacemos o entre nosotros. Lo dijo hace poco el Presidente del Uruguay: ¿Qué tienen que hacer los argentinos? Quererse más. Igual, le confieso que a mi edad la esperanza recibió ya muchos coscorrones, pero por un alguito misterioso, sobrevive, porque si no, no sobreviviría yo.

      Más que sobrevivir, está en plena actividad: el año que viene se estrenan dos obras suyas.

      Me apuro por las dudas (se ríe). Una, “El aire del río”, se hará en el San Martín con Luis Luque, Alejandro Awada e Ingrid Pelicori, dirigida por Manuel Iedvadni. Trabaja tres tiempos, siempre en un mismo lugar: 1800, 1900 y el 2000 y plantea problemas cotidianos que subsisten pese al cambio de los siglos y al diferente marco social de los personajes. La otra obra –que se estrena en enero– se dará en el Multiteatro con Emilia Mazer, Daniel Fanego, María Ibarreta y la dirección de Agustín Alezzo. La trama se centra en un pintor que quiere volar tal como lo hacen unas golondrinas que todos los años migran desde Capistrano, en California, hasta nuestras tierras para, al cambiar de estación, regresar nuevamente.

      ¿La crítica social se mantiene como el trasfondo de sus obras? Sí, estas dos abordan problemas diferentes en la forma pero cercanos en el fondo. Y profundizan un dolor que a mí me obsesiona, es casi como una deuda íntima que acarreo. ¿Cómo es posible que tengamos potentes pensamientos sobre temas revolucionarios y defendamos grandes cambios pero que no podamos percibir las pequeñas verdades cotidianas? No sé … a veces creo que la Humanidad da dos pasos para adelante y uno para atrás: el problema de esta época es que estamos en el paso de retroceso.

      Varios años atrás hice unos cursos de teatro. Una vez me tocó ensayar su obra “¿A qué jugamos">