El asumir su cargo de gobernador de Buenos Aires en agosto de 1827, decía Manuel Dorrego: “Si algo tiene de lisonjero el destino que voy a ocupar, es que viene envuelto con la feliz reorganización de nuestra provincia [...].
La confianza con que se me ha honrado es de tan gran peso, que no me descargaré de ello sino consagrando mis escasas luces y aun mi propia existencia a la conservación y fomento de nuestras instituciones y al respeto y seguridad de las libertades.
Para arribar a tan altos fines, mis medios serán: religiosa obediencia a las leyes, energía y actividad para cumplirlas, y deferencia racional a los consejos de los buenos”. (1)
Así lo recibía la Gaceta Mercantil: “Ayer ha sido nombrado por la H. Legislatura de la provincia para gobernador propietario el ciudadano don Manuel Dorrego. De los representantes que concurrieron a la Sala obtuvo 31 sufragios.
El amante de su patria, el que sinceramente deseó la conciliación completa de las diferencias que han mediado entre la capital y las provincias, debe congratularse por la acertada elección que en consonancia con la opinión general ha hecho la H. J. Provincial. [...]
Los ascensos que obtuvo en la carrera militar no han sido producto del favor sino tributo pagado a su valor y méritos.” (2)
Una de sus primeras medidas la dictó a favor de los más débiles, los gauchos y peones de estancias.

El 8 de mayo de 1828 hizo aprobar en la Legislatura su proyecto de libertad de imprenta que prohibía al gobierno la aplicación de cualquier tipo de censura previa y posterior a las publicaciones de la prensa.
Manuel Dorrego, periodista
Quizás en aquellos momentos recordaba su notable época de periodista apasionado cuando escribía artículos como éste, publicado en El Tribuno, el 1º de octubre de 1826:
“No os azoréis, aristócratas, por esta aparición. El nombre con que sale a la luz este periódico, sólo puede ser temible para los que gravan con la sustancia de los pueblos; para los que hacen un tráfico vergonzoso, defraudándoles en el goce de sus intereses más caros;
para los que todo lo refieren a sus miras ambiciosas y engrandecimiento personal; en fin, para aquellos que, sin sacar provecho de las lecciones que han recibido en la escuela del infortunio, preservan firmes en adoptar los mismos medios, de que usaron antaño, para dominar, en lugar de proteger, para destruir, en vez de crear.”
Resulta interesante comparar la actitud de Dorrego ante la sugerencia de participar en un golpe de Estado contra Bernardino Rivadavia y el de sus victimarios.
El mismo editorial de El Tribuno terminaba diciendo: “Si en Buenos Aires se hubiesen adoptado, para derrocar el orden preexistente, otros medios que el convencimiento, la persuasión y las vías legales, aun cuando el cambio de istración se hubiese conseguido,

habría sido destruyendo, y no edificando; habría sido empleando la fuerza y no haciendo valer la opinión, porque ésta siempre calla cuando habla aquélla. [...]
Es lisonjero esperar que la concordia y terminación de nuestras diferencias domésticas sea el primer resultado de esta transición. Estábamos habituados a ver a los primeros magistrados descender por un lado de la silla del poder, y caminar por otro a las mazmorras o a la deportación.
No se creía en aquellos casos que se había obrado de acuerdo con el interés general, si no se tenía el triste desahogo de satisfacer los resentimientos y las venganzas personales.
Olvidemos los males ya hechos,para fijarnos sólo en los que dejan de hacerse, y en el justo empleo que ahora se hará de nuestros recursos contra el enemigo común que se gozaba en nuestras desavenencias.”
Notas:
1. Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina, Buenos Aires, Sopena, 1960.
2. La Gaceta Mercantil, n° 1130, agosto 13 de 1827.
Mirá también
Sobre la firma
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO