Se viven tiempos inciertos. Cambios económicos, transformaciones sociales, conflictos, noticias contradictorias, generan una sensación de incertidumbre. El dinero no alcanza y se necesita trabajar más horas bajo la sombra amenazante de perder el trabajo.
Pero no solo se necesita trabajar más y mejor, sino también mostrarse activo, entusiasta, sano, informado y eficiente.
Bajo esta lógica, cada día parece tener menos horas y cada persona, más tareas. Lo que antes podía ser excepcional, hoy se ha vuelto la norma y se expresa como “estoy abrumado”, “no llego a fin de mes”.
El ser humano necesita previsibilidad para sentirse seguro y si no la tiene, si no sabe qué va a pasar, si no puede planificar ni tener puntos de referencias claros, se activa en el cerebro el sistema de alerta permanente que genera ansiedad. Y si esa alerta se mantiene en el tiempo, desgasta el ánimo y el cuerpo empieza a mostrar síntomas.
Uno de los primeros signos suele ser el agotamiento persistente. No es estar cansado después de un día duro de trabajo, sino sentir una fatiga que no desaparece con el descanso. No es falta de sueño nocturno sino falta de recuperación.
También son frecuentes las tensiones musculares en cuello, hombros y espalda. Son contracturas que no se explican por esfuerzo físico, sino por la carga invisible del exceso de responsabilidad, de pensamientos que no se detienen.
Otro síntoma común es el dolor de cabeza tensional que se percibe como una presión o una “vincha apretada” alrededor del cráneo, que puede durar horas o días.
El sistema digestivo también se ve afectado. Las digestiones lentas, la distensión abdominal, la acidez o los cambios en el ritmo de evacuación intestinal (estreñimiento o diarrea) son reacciones frecuentes ante un estilo de vida acelerado y tensionado.
Comer rápido altera el funcionamiento intestinal y no es casual que muchos trastornos digestivos funcionales se asocien a rutinas de prolongada exigencia.
En algunos casos, la sobrecarga se manifiesta con palpitaciones leves, sensación de opresión en el pecho o taquicardias breves, sin causa médica que lo justifique.
Lo mismo ocurre con la respiración que se torna superficial o con suspiros frecuentes ya que el cuerpo busca oxígeno, y también espacio y pausa.
Otras señales más indefinidas incluyen la caída del cabello, cambios en la piel, descenso o aumento del apetito y disminución del deseo sexual.
Todas estas manifestaciones muestran que el cuerpo está dejando de priorizar funciones no urgentes para sostener las esenciales.
El cuerpo no cree en la meritocracia ni en la autoexigencia como virtud. Cuando el ritmo lo excede, empieza a dar señales.
Además de los apremios económicos, en la actualidad se tiende a no valorar mucho el descanso, la lentitud o perder el tiempo.
En palabras del filósofo coreano Byung-Chul Han, se vive en la “sociedad del rendimiento”, donde cada uno se puede convertir en su propio explotador. Y cuando no puede más, aparece la culpa, el reproche o la depresión.
El cuerpo no cree en la meritocracia ni en la autoexigencia como virtud. Solo responde a lo real y cuando ese ritmo lo excede, empieza a dar señales. Escucharlas no es una debilidad, porque en una sociedad que corre sin pausa, detenerse también puede ser un acto de salud.
Pero, además, sin perder de vista que la sobrecarga no es solo un problema individual sino la consecuencia de una deuda social vigente.
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