Entre marzo y mayo se proyectó en Arthaus Cine El tríptico de Mondongo, la obra más reciente del director Mariano Llinás. Tres películas que orbitan alrededor de un mismo núcleo: el trabajo del dúo artístico Mondongo (Juliana Laffitte y Manuel Mendanha), la singular relación que mantienen con el director y una mirada incómoda, lúdica y a la vez melancólica sobre el mundo del arte contemporáneo. También sobre la amistad, el dinero y la ficción.
Estos filmes comenzaron a rodarse en 2021 cuando el espacio artístico Arthaus le encargó al director un documental sobre el grupo artístico, que mantenía una larga amistad con Llinás. Cuatro años después, el resultado fue doble: por un lado, el mencionado Tríptico y, por otro, el presunto final de esa amistad. Presunto ya que, si bien el propio director lo afirmó en entrevistas y lo deja entrever en las películas, el espectador no puede dar cuenta de la pelea luego de ver cómo realidad y ficción se amalgaman de forma incesante a lo largo de los 287 minutos que conforman estas tres películas.
¿Cuál es el verdadero aporte de este tríptico? ¿Una reflexión acerca del arte, la teoría del color y el rol del artista en la sociedad contemporánea? ¿Una meditación sobre, el dinero, la hipocresía y como un artista puede verse envuelto en un submundo superficial y snob? ¿Es una meditación acerca de la dificultad de hacer un retrato y como este siempre termina volviéndose un autorretrato? ¿O es, más bien, todo eso junto?

Parte I: el equilibrista
La primera entrega es la más convencional. Llinás registra –por momentos casi como un narrador invisible– la confección del Baptisterio de los colores, una obra de Mondongo inspirada en la teoría cromática de Johannes Itten. Los mismos Mondongo también dialogan con una investigadora del Conicet que analiza sus propios materiales y procesos de producción, lo cual aporta al documental de un notable valor para el estudio de las artes visuales.
El dispositivo de observación documental se ve rápidamente contaminado por procedimientos propios del autor: la trastienda, la escritura del guión, la transcripción literal de conversaciones convertidas en escena y viceversa. Llinás borra, como en sus mejores momentos, las fronteras entre realidad y ficción. Una pregunta, que luego será retomada en la segunda parte, también emerge: ¿hasta qué punto la mera presencia de una cámara no transforma cualquier registro documental en una ficción?
La crítica del propio realizador también, comienza a aflorar con el registro del propio Llinás escribiendo un poema en su computadora durante los minutos finales –algo que, también, ralentiza y vuelve algo monótono el ritmo del filme: ¿Los Mondongo son burgueses progres que juegan a la provocación? ¿Creadores superficiales disfrazados de artistas malditos? Llinás no responde pero deja la duda flotando en el aire.

Parte II: Retrato de Mondongo
La segunda parte y tensa los límites entre realidad y ficción al extremo. Aquí vemos, en un registro intimista, como la amistad entre el director y los artistas comienza a resquebrajarse. Llinás les propone un desafío: él también creará, así como el dúo artístico lo hizo con su Baptisterio, una obra artística basada en su interpretación de la teoría del color de Itten. Lo propone bajo la estructura de un duelo y de manera camuflada entre diálogos que le pide a Juliana y Manuel que interpreten. La incomodidad, presente en la primera película, va en aumento.
El conflicto llega a su punto cúlmine cuando se observa el registro de una noche, una de tantas capturadas por la lente de Agustín Mendilaharzu –cámara, uno de los creadores, junto con Llinás de El Pampero Cine, y amigo personal– en donde Llinás se junta con los Mondongo a comer, tomar vino y cantar canciones en formato karaoke. En un momento, todo se va de las manos y se escucha, fuera de campo, como aparentemente Mendilaharzu le pega una trompada a Llinás. Luego, el director aparece llorando frente a cámara mientras Juliana le grita improperios. Lo tilda de insoportable. Es el fin de la amistad.
De nuevo aflora la reflexión sobre el límite entre lo espontáneo y lo construido, lo real y lo ficticio. ¿Importa acaso saber si Llinás y los Mondongo realmente ensayaron esto o se trata de la verdadera captura del estallido de una relación de años? ¿Le resta valor artístico a su obra? Todo esto se intercala con reflexiones del director a partir de obras pictóricas acerca de la dificultad de retratar a alguien. Concluye en que todo retrato es, a la vez, un autorretrato. Este tríptico es, también, una prueba de ello.
Flotan en el aire nuevas preguntas: ¿Es este film un retrato sobre Mondongo o sobre el propio Llinás? ¿Está sufriendo con este encargo o lo disfruta? ¿Hay honestidad en su dolor o se trata, más bien, de un ejercicio de goce narcisista del mismo modo que él criticaba a los Mondongo? En un momento, se obsesiona con una crítica de un de Letterboxd que lo acusa de lo mismo que él le reprocha a Mondongo: impostura, pretensión, falsedad. El dispositivo se pliega sobre sí mismo. La ambigüedad es total.

Parte III: Kunst der Farbe
La tercera parte es la más experimental y contemplativa. La música de Gabriel Chwojnik –habitual colaborador del universo de Llinás– es ejecutada por una orquesta en vivo mientras se despliegan imágenes de archivo y se desgranan explicaciones técnicas sobre el gradiente cromático, de la mano de la colorista Inés Duacastella. Es, literalmente, la teoría del color de Itten bajo la lente de Llinás, como si el cine pudiera convertirse en un ensayo pictórico. Aquí se suman las actrices Pilar Gamboa y María Villar y la ausencia de los Mondongo quienes ya no participan salvo en imágenes de archivo.
¿Cuál es el núcleo del disturbio? ¿El color? ¿La amistad? ¿La ficción? ¿Todo eso junto? En La ligereza, un ensayo del crítico de arte y escritor colombiano Juan Cárdenas editado recientemente por Sigilo, afirma: “Todo gran arte trae consigo la marca de la ligereza. No importa cuán pesado luzca, no importa si sus procedimientos y sus materiales evocan el fárrago o la mole. El gran arte siempre parece flotar”.
¿Flota el tríptico de Llinás? ¿O se hunde en su propio peso conceptual? ¿Es él juez y parte de la crítica que realiza a los Mondongo sugiriendo cierta frivolidad? ¿Qué buscan: ser populares, revolucionarios o producir obras para un público selecto? Lo que sí está claro es que su ejercicio de autoconciencia, presente en casi toda su obra, aquí está mucho más atento a explorar sus fragilidades.
Decía Itten en su famoso tratado sobre el color que inspiró todo esto: “En arte, lo más importante no son los medios de representación y de expresión; mucho más importante es el hombre, con su carácter y su humanidad”. Esto, los Mondongo y Llinás parecen tenerlo claro
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