En el cine estadounidense clásico existe una tradición en la que los acontecimientos históricos de una nación son representados velozmente por el cine. En la Argentina, con intermitencias y menor volumen de títulos, tal tradición tiene su versión criolla. Después de 1983, por ejemplo, con mayor o menor lucimiento estético, las películas sobre la dictadura resultaron inevitables y trabajaron sobre episodios traumáticos de la memoria que por definición estaban lesionados. A las palabras rotas se les contrarrestaron planos de justicia. Lo que no se pudo decir, lo que no se sabía cómo decir, sí se pudo filmar.
Santiago Mitre ha hecho una película cuidadosa y legítimamente didáctica sobre el acontecimiento fundante de la nueva democracia argentina, el Juicio a las Juntas, el contrapunto ineludible de las ficciones cinematográficas que ayudaron a reconstruir lo que había sucedido desde 1976 en adelante hasta recomponer la democracia. El laborioso juicio fue un punto de inflexión de la historia argentina, una hendidura a la trama impune de un proyecto político que erigió la Junta y asimismo un primer paso en la reconstrucción de la decencia colectiva. ¿Cómo filmar aquellos meses de 1985?
Los primeros minutos de Argentina, 1985 establecen los límites políticos y retóricos de la época sobre un juicio que habría de trastocarlos. La resistencia a dicha empresa jurídica se siente del inicio al fin: la amenaza anónima, la vigilancia ocasional y el atentado aislado fueron tácticas que no amedrentaron al fiscal Julio César Strassera. Mitre no descuida tales condicionamientos y los integra al relato orgánicamente, pero sin darles un protagonismo excesivo. El dilema de la película es otro: ¿cómo pudo hacerse un juicio de esta índole en tanto que este exigía cuestionar una mentalidad que había sostenido indirectamente al régimen tutelado por los canallas sentados en el estrado">