La insania es el estado de conciencia más difícil de filmar. El abismo de la razón se puede estudiar y representar de múltiples modos. Un retrato de Bacon, un plano de Lynch, algún párrafo de Bernhard transmiten la locura muy de cerca. En las obras citadas resplandece algo verdadero de la locura, pero es una experiencia que se resiste al entendimiento. Siempre es distinto al encuentro con una prosa que brota desde el hueco mismo del psiquismo. En Memorias de un enfermo de nervios, la demencia dictaba a su autor palabra por palabra. Daniel Paul Schreber ofició de secretario privado de sus propias sensaciones; la psicosis fue su gramática. Para el cine, la pregunta sobre cómo filmar la psicosis nunca es estéril. Los intentos se repiten en el tiempo. Filmar la experiencia de la locura requiere oficio y compromiso. Los locos no dicen la verdad; los locos sufren. Poner en escena la extenuación del sufrimiento psíquico es un desafío. A continuación, un caso. El caso G.
Die, My Love, estrenada días atrás en el Festival de Cannes, es definitivamente una película sobre la psicosis. Es un dato indesmentible. La psiquis del personaje que interpreta Jennifer Lawrence se desmantela plano a plano. El mayor logro estético reside en seguir las fases de un desplome total. A favor de la película, como dato indiscutible de su abordaje, no se apela a una explicación psicológica originaria de la pérdida de la razón del personaje. La novela familiar no revela los datos clave de la psicosis por venir. No hay un secreto de familia, ni un acto aberrante que no se logró simbolizar. Omitir la causa o un punto de inicio de la debacle incomoda. Es la mejor decisión que toma Lynne Ramsay.

Matate, amor, la novela de la escritora argentina Ariana Harwicz y punto de partida de la película (y también de una obra de teatro), no es exactamente un texto que describe un desvarío desde una perspectiva ajena. La que cuenta es la que sufre. El soliloquio es constante. Oír las razones de la protagonista por escrito constituye una distancia de sus actos para el lector, pero no solo se predica una cuestión de estilo. Es un doblez, un pliegue de la conciencia. En ese sentido, el discurso en el interior del relato inscribe una racionalidad ajena al descenso total del Yo en el que la conciencia resulta fagocitada por un orden puramente imaginario. La autoconsciencia de la novela complejiza el punto de vista y no tiñe la narración con el desborde de la pura psicosis.
En efecto, la versión cinematográfica prescinde de la enunciación de la primera persona y satura entonces la acción de la protagonista hasta las últimas consecuencias. De esto deriva una lógica estética de impacto sensorial permanente. Esta decisión formal cuenta con las proezas desprovistas de pudor de la actriz. Lawrence está dispuesta a todo. La desinhibición es absoluta, la desvergüenza, una donación: un primer plano la descubre demacrada, un plano medio frontal en el que se la ve completamente desnuda evidencia el tiempo en su piel y la falta de esbeltez requerida en una estrella de Hollywood. Está dispuesta a darle cuerpo y alma al personaje. De ese modo, la película conjura el verbo y apuesta por el cuerpo.
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El plano de apertura de Die, My Love es del cine, no de la literatura desplazada al cine. Plano general de la casa en la que vivirá el matrimonio protagónico y el futuro hijo por nacer. Las voces suenan en fuera de campo, apenas se los divisa unos segundos después en el fondo del plano hasta que dan una vuelta fuera del alcance de la mirada hasta ingresar al interior de la casa como si la puerta fuera perpendicular a la propia cámara. Es un inicio elegante. Sin aviso, en un corte abrupto, se muestra un incendio forestal indetenible mientras suena rock and roll a todo volumen. Es una continuación provocadora. Desde ya, nada de eso está en la novela.
Lo primero que sí coincide entre la película y la novela es el inicio del capítulo 1, que también está a los pocos minutos de haber empezado. Grace está acostada en la hierba, tiene un cuchillo con el que piensa quitarse la vida, escucha a su marido y su bebé y se arrastra como un animal por el pasto. En una escena posterior, Ramsay demuestra su talento cuando es capaz de incluir y trasponer un pasaje de la novela inicial en donde el personaje que interpreta Robert Pattinson mira con el telescopio las estrellas y siente una satisfacción espiritual ante las constelaciones del universo infinito. A Grace, la bóveda celeste de la noche le resulta insignificante. El fundido encadenado con el que combina cosmos y ojo de quien mira es irable.

La felicidad, una ficción
Lo que cuenta Die, My Love es simple: la felicidad del matrimonio es una ficción concomitante a otras asociadas a una forma de vida en donde ser dueño de una casa, tener hijos, cambiar de automóvil, festejar las fiestas con los familiares y los amigos es un acopio suficiente para justificar los 365 días del año y su repetición indetenible. El espíritu del libro impone horadar ese compendio de supersticiones. La historia se beneficia de que la zona rural de Francia haya sido sustituida por la estadounidense. Las costumbres de los norteamericanos y su cultura rústica agudizan la mendacidad de una vida enarbolada en la familia y las propiedades. Al ser así, el orden simbólico es más proclive a la comicidad cáustica y la parodia irreverente.
Ramsay saca provecho de una cultura del consumo como la estadounidense. Este cambio trae aparejado un déficit: se vuelve inverosímil que Grace sea una escritora que ya no ejerce su oficio. En la película es un despropósito. Nada prueba que lo es, excepto que la suegra lo recuerda y algunas conocidas. Es otra distancia insalvable entre novela y película. Porque quien toma la palabra en la novela es una intelectual. Puede haber dejado de escribir, pero su pensamiento se cifra en una retórica literaria y filosófica. Una enunciación como la siguiente del libro es impensable en la película: "Quisiera que la primera palabra que diga mi hijo sea una palabra bella. Me importa más que su obra social. Y si no, que no hable. Que diga magnolia, que diga piedad, no mamá o papá, no agua. Que diga devaneo". La sofisticación de este pasaje no pertenece a la película.
En donde sí van en paralelo película y novela es en dar cuenta del absoluto fracaso del erotismo. A los intentos de recobrar la vida sexual y recursar por consiguiente el déficit libidinal de la pareja se les dedican muchas escenas. Las fantasías de Grace son recurrentes y adquieren en el relato un atributo alucinatorio. Ramsay es una cineasta que se desempeña muy bien en la creación de atmósferas. No solo recurre para esto a la prepotencia visual que caracteriza su estética; el sonido es un factor decisivo en Die, My Love. Hay unas moscas omnipresentes en los primeros minutos que solamente existen diegéticamente porque se reconoce la fuerza evocadora del sonido que hace aparecer algo que no está, pero que se vuelve presente. ¿Qué decir de los ladridos del perro?

En la novela, el personaje de Grace dice lo siguiente: "No estaba en el campo, sino en un spaghetti western". Las referencias de Ramsay son otras. La presencia de Sissy Spacek como la suegra de Grace no es justamente inocente. Es un guiño a una época del cine y a un tiempo de la cultura de los Estados Unidos. Sus apariciones son espléndidas. Mira a la esposa de su hijo con la ternura y la comprensión de quien no tiene cómo significar la conducta de alguien, pero que por amor lo acepta como puede.
Con Spacek, además, se invoca a Carrie y a Badlands, dos títulos icónicos de un cine que ya no existe, pero cuyos universos culturales son concomitantes al de Die, My Love. Es que Grace podría ser la nieta de Carrie, alguien sensible pero malogrado que es capaz de hacer o con el mundo de los otros y no puede asimilar las reglas que organizan todos los intercambios diarios. Grace está corrida del renglón, salida del encuadre de las buenas costumbres; es una anomalía. Es tal vez un personaje que deviene en un representante grotesco de la sinrazón porque no pudo justamente hacer algo de sí, una obra, quizás escribir. La novela es implacable al respecto. La película se las ingenia para respetar tal clarividencia.
PC
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