La estabilidad del orden nuclear mundial está amenazada por tensiones geopolíticas, la parálisis del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la expiración del Nuevo START (febrero 2026) y los riesgos de desmembramiento de esquemas de seguridad acordados en la década de 1960 y refrendados al final de la Guerra Fría. También, por el eventual debilitamiento del alcance del paraguas nuclear estadounidense para la defensa de Europa y Asia Oriental.
La crisis de confianza en torno a esos compromisos, que han sido clave en el diseño del régimen de no proliferación actual, podría actuar como disparador de una era de incertidumbre sobre el número de países que podrían acceder a las armas nucleares.
En ese contexto, a los peligros del uso indebido de programas civiles de energía nuclear para fines militares, como es el caso de Irán, se estarían agregando la preocupación de Estados que podrían inclinarse a fortalecer áreas sensibles de la capacidad nuclear latente con la que cuentan.
Esa perspectiva “neoproliferante” se podría extender en todos los continentes. De hecho, de los 32 países que tienen hoy las capacidades tecnológicas más relevantes en materia de energía nuclear, 9 optaron por desarrollar armas nucleares (Estados Unidos, China, Francia, Rusia, Reino Unido, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte), 2 desmantelaron las armas nucleares que tenían (Sudáfrica en 1989 y Ucrania en 1994 y 22 (que incluye a Argentina, Brasil y México) tienen condiciones para ser incluidos como potencias nucleares latentes.
El interés estratégico de muchos de estos 22 países estaría relacionado con una cuestión de prestigio o responde a necesidades estratégicas de disuadir y desincentivar una potencial agresión militar con armas nucleares. Los 12 europeos en esa condición, de caer el paraguas nuclear estadounidense, podrían evitar recurrir a fortalecer la latencia nuclear y aprovechar, en cambio, la alternativa del escudo nuclear ampliado de Francia que, tras el Brexit, es la única potencia atómica de la Unión Europea con capacidad de operar de forma independiente y fuera del marco de mando de la OTAN (290 ojivas distribuidas en submarinos SNLE-NG y aviones Rafale o Mirage). No es el caso del Reino Unido (225 ojivas instaladas en submarinos Trident), cuyo arsenal está integrado a la estrategia de Estados Unidos y solo estaría disponible en un conflicto en el que participe la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Sin embargo, la aspiración de tener una disuasión individual creíble es también materia de debate en Europa, Asia Oriental y en otras regiones del mundo. En particular, por quienes poseen una capacidad nuclear que, sin haber desarrollado aún armas nucleares, cuentan con una amplia base científica y tecnológica y han completado el ciclo de combustible con instalaciones operativas para producir uranio enriquecido y plutonio.
Esa latencia nuclear proyecta de por sí el carácter de una disuasión indirecta al crear un cuadro de incertidumbre sobre la intención de acceder a un arma nuclear. Podría ser el caso de Corea del Sur o Japón de acentuarse la complejidad del entorno geopolítico regional.
Si bien ni el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) ni otros instrumentos de no proliferación y control de armamentos abordan directamente la latencia nuclear, un informe del Wilson Center y del Laboratorio Los Álamos de Estados Unidos ha advertido que generaría altos niveles de crisis e inestabilidad en la carrera armamentista. Concluyendo que podría socavar al TNP, la vigencia de zonas libres de armas nucleares como el Tratado de Tlatelolco y el Tratado Antártico e inclusive al régimen de salvaguardias del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Es de esperar que la diplomacia multilateral preventiva permita contener desbordes de proliferación nuclear que pueden afectar la paz y la seguridad internacional.
Roberto García Moritán es diplomático y analista internacional. Ex vicecanciller.
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