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      El rechazo al proyecto de Ficha Limpia, una nueva frustración

      En todo este entuerto se insinúa algo peor: un pacto en ciernes, a espaldas de la ciudadanía.

      El rechazo al proyecto de Ficha Limpia, una nueva frustraciónEl proyecto de "Ficha Limpia", rechazado en Diputados. Foto: Guillermo Rodriguez Adami

      El rechazo senatorial a la ley de “Ficha Limpia” desnuda el estado de degradación alarmante de la política argentina. En la vieja Roma, un proyecto de ley llevaba el nombre de su autor, para hacerlo triplemente responsable, de su aprobación, contenido y cumplimiento. El Poder Ejecutivo deshonró la tradición milenaria: se desentendió del proyecto de “Ficha Limpia”, como si fuera ajeno.

      Seguimos con el entusiasmo de que se puede cortar el nudo gordiano para evitar el tedio de desenredarlo. Lamentablemente no es tan fácil, y a la larga todo en una pretensión, que ya deja entrever un problema de magnitud: una nueva frustración. Un clásico argentino, que termina muy probablemente en el otro extremo ideológico. Cuántas veces pasamos de “motosierras” a “Estado omnipresente”. Parece que no aprendemos más.

      En todo este entuerto se insinúa algo peor: un pacto en ciernes. Nuestra historia está plagada de antecedentes. Hubo unos pocos buenos, como el Pacto Federal de 1831, de los llamados preexistentes y fundantes de nuestra república federal. La mayoría fueron venales. Basta recordar el de Benegas, por el que Rosas pagó a Santa Fe 30.000 cabezas de ganado. Más cerca en el tiempo el de Perón con Frondizi; y ni que hablar del de Olivos, que terminó consagrando uno de los peores males institucionales: la reelección.

      La votación en el Senado sería la primera fase. Dos senadores misioneros con una capacidad de desdoblamiento asombrosa, dan la señal de alarma de un nomadismo político que rememora los peores tiempos (Borocotó y el “diputrucho”). Le sigue un nuevo proyecto de ley que empieza a completar el cuadro, donde se propone la ampliación de la Corte Suprema de Justicia, lo que crearía cuatro sitios para negociar, sumando el ministerio público fiscal y cientos de juzgados: armando con las instituciones un botín para el reparto, en este caso entre supuestos extremos ideológicos, que para esto se juntarían sin matices.

      Si es así, es preocupante. En materia económica el gobierno de turno ha dado muestras de un gran pragmatismo, pero sobre todo de haber aprendido lecciones recientes. Es el caso del ritmo entre la materia cambiaria y la fiscal, que ha acompasado tan bien hasta acá. No se puede decir lo mismo de lo institucional, donde todo parece reducirse a astucias cortoplacistas, a aquello que Balbín llamaba el “tacticaje”.

      La pena es el costo de seguir perdiendo oportunidades. En vez de usar el siempre efímero apoyo político para llevar adelante cambios que sienten las bases para una segunda fase que exceda la coyuntura y ya piense en un desarrollo sostenido (reforma laboral e impositiva), se lo derrocha en movimientos con rédito discutible.

      Las aventuras políticas sin instituciones quedan en eso, en aventuras, gracias a que por suerte todavía existe en Argentina una reserva moral, como quedó demostrado con el reciente y fallido intento por ocupar lugares en la Corte por las malas. Podríamos aprenderlo, y dejar de tropezar siempre con la misma piedra.

      Bernardo Saravia Frías es abogado. Ex Procurador del Tesoro de la Nación.


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      Bernardo Saravia Frías
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