“Populisferias” y alineamientos

Independiente del resultado, es evidente que el conjunto de elecciones más recientes trajo importantes avances para el heterogéneo club de los retadores al mainstream político de sus países. En Rumanía el ultranacionalista George Simion, obtuvo el 45,97% contra el candidato liberal proeuropeo, Nicușor Dan, que ganó con el 54,03% de los votos.

En las elecciones legislativas portuguesas, la conservadora Alianza Democrática (AD), se impuso con el 32,10% de los votos y 86 diputados, relegando al Partido Socialista (PS) a un 23,38% y 58 diputados, mismo que el conservador y nativista radical Chega (22,56%), la verdadera oposición.

En Polonia se realizó la primera ronda presidencial dejando un escenario polarizado entre el europeísta liberal Rafal Trzaskowski (30,8% de los votos) y el etnopopulista Karol Nawrocki con 29,1%. El cuadro lo completa la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que con 30 de las 60 bancas de la Legislatura local en disputa, la mileísta Libertad Avanza obtuvo un primer lugar, imponiéndose en el flanco conservador y dejando tarea a una fragmentada oposición.

El momento apunta al auge del populismo, en este caso al populismo periférico o “populisferia”, abrevando de tensiones y transformaciones globales (incertidumbre geopolítica, presión migratoria, inestabilidad económica, Guerras Culturales e identitarias) para afirmarse.

La crisis de 2008 le dio un empujón, bifurcando la reacción que se dividió: En el Nor-Occidente (Estados Unidos y Europa Occidental) los populistas luchan contra el programa de globalización económica, asumiendo posiciones proteccionistas, a lo más mercantilistas, con el Brexit y la primera elección de Trump como parte aguas. En las periferias redoblaron las apuestas por el libre comercio sin trabas.

Es que la tensión nacional versus cosmopolitismo, elevada al dilema entra soberanía y la inserción internacional, se resuelve de una manera en países con trayectoria imperial y en otras en países periféricos. Alejandro Grimson agregó (2019): “Mientras en los primeros los nacionalismos se asocian a la guerra de conquista y a la xenofobia contra migrantes, en los segundos estos elementos no son centrales, si bien pueden estar presentes, ya que la capacidad de decisión autónoma (…) nunca dejo de sufrir presiones y condicionamientos desde los países más poderosos”.

Así, en ambas regiones de la populisferia sus liderazgos han asumido la discusión de la gran estrategia en política exterior con tres opciones principales: mayor autonomía (de EE.UU. o de la UE), acoplamiento a las grandes potencias (como EE.UU. o China) o una lógica intermedia que busca la posición equidistante o neutral (Fortín, Heine y Ominami, 2021; Tokatlian, 2021).

Por ejemplo, en Argentina y Polonia ciertas elites desconfían de sus entonos inmediatos (Sudamérica y Europa Occidental) apostando por la garantía del guardián lejano, Estados Unidos. En sus relatos China y Rusia respectivamente, son los enemigos eternos, declamándose una nueva Guerra Cósmica o Fría, la última una imagen en la que coinciden con los partidarios de una equidistancia entusiasmada con renovar un tercer-posicionismo duro. Se omite que además de haber sido una confrontación de dos rutas ideológicas paralelas a la modernización y de estilos de vida rivales, la Guerra Fría tuvo otro componente crucial: rígidas alianzas militares en pugna, lucha por la hegemonía absoluta.

Hoy en cambio, Beijing discurre por el derrotero bimilenario del Celeste Imperio del Centro, particularmente con la época del emperador Wu de la dinastía Han (147 a 87 a.C.) -quien consolidó la original Ruta de la Seda-, combinando una estructura interna centralizada y verticalista con la flexibilidad y adaptación al establecer vínculos con países lejanos.

Dicho espíritu continuó animando a las expediciones marítimas chinas del siglo XV, que con pragmatismo resaltaron en Arabia la relevancia de las mezquitas chinas y propagaron en Ceylán la fama china de Buda. Lo mismo pasa con los BRICS cuando China pretende actuar como heraldo de un emergente Sur Global. Desde luego China no tiene nada de emergente –apenas experimentó un centenario letargo entre fines del siglo XIX y finales del XX-, aunque desde dicho espacio de cooperación instala el diálogo entre los diversos ascendentes alternos al G7.

Allí conviven rivales acérrimos de cierto Occidente, como Rusia, con países en sintonía con el mundo anglosajón, en el caso de la India. Es decir, un programa exterior desideologizado, que sin embargo busca asegurar a recursos y control de mercados como testimonian sus proyectos a partir de 2013.

China intenta prevalecer en medio de una competencia bipolar no hegemónica, una Paz Fría, rumbo al eventual multi-polarismo. En dicho terreno acaece la disputa con Estados Unidos, la “Guerra Comercial”, pareciéndose más a la competencia económica imperial que antecedió a las Guerras Mundiales y auge de los fascismos, durante el último tercio del siglo XIX a 1914, que a la Entre Guerra del siglo XX.

En dicha tesitura, para Sudamérica no convienen ni el alineamiento automático ni tampoco asumir terceras posiciones rígidas. En este probable largo interregno de desorden mundial se expondrán alianzas cruzadas -antaño improbables-, aunque es también una oportunidad para los "minilateralismos" y la diversificación concretada que permitan combinar los intereses y valores que cada política exterior nacional establezca, idealmente después de una discusión transversal que vaya más allá del torneo electoral de turno.

Gilberto Aranda Bustamante es Doctor en Estudios Latinoamericanos, académico del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile