La guerra es la constante de la historia, y no ha disminuido ni con la civilización ni con la democracia”. Esta lapidaria frase la escribieron hace ya medio siglo Will y Ariel Durant, autores de una memorable Historia de la civilización. Si actualizamos a día de hoy lo cálculos que entonces hicieron, de los casi 4000 años de Historia registrada, solo en menos de trescientos no se ha vivido ninguna guerra.
La cita viene a cuento de las repetidas declaraciones del presidente Trump sobre el peligro de una tercera guerra mundial si no se llega cuando menos, y cuanto antes, a un alto el fuego en el conflicto ucraniano. Pero también del discurso inaugural del nuevo canciller alemán. El pasado miércoles anunció que Alemania tendrá el ejército convencional más fuerte de Europa, sin contar las cabezas nucleares que solo Francia y el Reino Unido poseen en el viejo continente. El rearme europeo frente a la amenaza rusa, que algunos países fronterizos reclaman insistentemente tras la invasión de Ucrania, adquiere así dimensiones nuevas.
Los libros atribuyen también a la escuela alemana el desarrollo de los estudios geográficos en su relación con la geopolítica. Los principios establecidos por Ritter y Ratzel, fundadores de tan moderna ciencia, inspiraron la teoría del espacio vital, definido como el territorio al que todo pueblo debe aspirar para garantizar su supervivencia y posterior desarrollo.
Esa doctrina fue utilizada para justificar los crímenes nazis, alentó el sueño expansionista del Japón y es la raíz sobre la que germina toda clase de imperialismos. El espacio vital, aunque no estuviera definido así, ha sido siempre el principal motor de los procesos imperiales.
Y fue precisamente un periodista americano, John L. O’Sullivan, quien en julio de 1845, en el periódico Democratic Review de Nueva York publicó un artículo en el que proclamaba que “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha asignado la Providencia para el desarrollo de un gran experimento de libertad y autogobierno”.
En virtud de ello justificó la anexión de Texas por los Estados Unidos y la de Oregón más tarde, cuando volvió a publicitar su eslogan en el New York Morning News, con el añadido, inspirado en la doctrina Monroe, de que su país tenía derecho a ocupar todo el continente. América para los americanos. Obedientes a ese destino, posteriormente los Estados Unidos invadieron México, se anexionaron California y, terminada la confrontación bélica, se apoderaron de más del 50% del territorio mexicano. Luego intervinieron en las revoluciones filipina y cubana contra la corona de España argumentando idénticas razones basadas en la propagación de la fe democrática.
Destino manifiesto y espacio vital son los promotores de la zonas de influencia que ingenuamente algunos suponían derogadas en el siglo XXI. Pero de eso se trata ahora cuando hablamos del nuevo orden mundial.
A partir de entonces han sido numerosas las intervenciones bélicas en el extranjero por parte de los Estados Unidos de América. La última en Afganistán, y la vergonzante retirada de la misma acabó por demostrar que el destino de implantar la democracia mediante el poder de las armas no es tan manifiesto. También en Europa las repúblicas nacidas en los Balcanes tras el bombardeo de la Nato sobre la antigua Yugoslavia son democracias enormemente deficientes; salvo Bosnia Herzegovina y Kosovo, que ocupan un peor lugar entre los regímenes híbridos.
Régimen híbrido, por cierto, según The Economist era también Ucrania ya antes de la brutal invasión rusa y la cronificación de una contienda que amenaza con extenderse por el corazón europeo y ha empujado a la Unión a una ingente política de rearme.
Hay unas causas lejanas y otras más inmediatas del sangriento conflicto detonado por la invasión rusa. . En primer lugar la existencia de Eurasia, un gigantesco continente dividido en dos: Europa y Asia. Según la doctrina del británico Halford Mackinder, experto geopolítico que participó en los acuerdos tras el fin de la primera Gran Guerra, en ese gran territorio, que él denominó la Isla Mundo, está enclavado el corazón de Europa. Quien lo domine controlará la Isla Mundo y finalmente el mundo entero.
Esta tesis fue inmediatamente aprendida por Stalin, pero no solo por él. Ochenta años después, el Consejero de Seguridad Nacional con Carter, definía el papel esencial de Ucrania en la construcción de la nueva Europa y abogaba abiertamente por su incorporación a la Unión y a la Alianza Atlántica. Pese a haber desaparecido el Pacto de Varsovia, según su criterio el futuro europeo pasaba por el reforzamiento y el ensanchamiento de la Nato y la UE.
Hubo sin embargo cuando menos un acuerdo verbal (sobre el que existen borradores escritos) entre Estados Unidos y Moscú que garantizaban la no incorporación de Kiev a la NATO, cuestión que de alguna forma también condicionaba la reunificación de Alemania. NATO y Rusia firmaron firmado también un acuerdo de cooperación, pero en la Conferencia de Seguridad de Munich en 2007 Putin lanzó una seria advertencia a los Estados Unidos respecto a la creación de un escudo antimisiles y sus bases de cohetes interceptores en Polonia y Chequia.
La respuesta de la Casa Blanca no se hizo esperar. En Abril de 2008 el presidente Bush invitó a que Georgia y Ucrania se integraran en la Alianza. Como contestación Moscú llevó a cabo una “operación especial militar” en Georgia bajo el pretexto o con el motivo de proteger a la población ruso parlante de Osetia del Sur.
El conato de esa guerra, de carácter ilegal, fue atajado por la mediación de Francia pero no se exigieron responsabilidades a Rusia. A partir de entonces, el Kremlin entendió que la decisión de acercar las bases OTAN a sus fronteras estaba ya tomada.
Durante este periodo mantuve varias conversaciones con Henry Kissinger, buen conocedor de Rusia y de la política de Putin y siempre me insistió en que ningún gobierno en el Kremlin, autoritario o democrático, permitiría la instalación de bases militares potencialmente ofensivas a 300 kilómetros de Moscú. Rusia es un país en declive, con una población y un producto interior bruto decrecientes, pero sigue siendo la primera potencia nuclear del mundo con más de seis mil cabezas atómicas.
Su ilegal invasión de Ucrania ha desatado un conflicto que en cierta medida fue estratégicamente provocado por las visiones occidentales sobre Eurasia y los esfuerzos por mantener un imperio unipolar americano cuya decadencia ha comenzado. Las consecuencias geopolíticas inmediatas de esta guerra son la absorción del proyecto de Europa Unida como creación de un espacio de paz y cooperación a través de las leyes y el derecho por una gigantesca alianza militar dispuesta a defenderse a toda costa.
Recuerdo mi primera visita a la Academia de Ciencias de Varsovia, en 1974, cuando su director me invitó a asomarme al balcón y contemplar un hermoso puente sobre el Vístula . “¿Ve usted ese puente?- me dijo- pues ha sido destruido al menos ocho veces. Cada vez que han querido las tropas ir de París a Moscú o de Moscú a París, lo primero que hicieron unos y otros fue derrumbarlo”.
La ya larga duración de la guerra de Ucrania ha tenido además efectos colaterales. Entre ellos el matrimonio entre China y Rusia, contra la convivencia que entre Washington y Pekín que Nixon y Mao firmaron, o el protagonismo de Turquía, un aliado fundacional de la Alianza Atlántica que no solo no aplica sanciones a Moscú sino que utiliza a su criterio la llave del Bósforo y el al Mediterráneo de la flota rusa.
Pero la consecuencia más alarmante de todo, tras la victoria del presidente Trump, es la generación de un desorden mundial que está acabando con el multilateralismo y anuncia una gobernanza global en manos de un creciente imperialismo sometido a los dictados del poder nuclear.
Solo el Papa Francisco, su actual sucesor, y un par de intelectuales en Occidente han hecho un esfuerzo real por lograr un alto el fuego que permita comenzar a discutir sobre la eventualidad de unas conversaciones de paz. Algunos temen que no se lleven a cabo nunca y que la solución sea un acuerdo similar al que ha mantenido dividida a Corea durante más de setenta años a ambos lados del paralelo 38.
Pero todavía hay quien piensa que Ucrania es el corazón de Europa. Y quien controla ese corazón controla el Mundo.
Copyright Clarín, 2025.
Sobre la firma
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO