“En la Argentina se está muriendo la fraternidad, se está muriendo la tolerancia, se está muriendo el respeto; y si se mueren esos valores, se muere un poco el futuro, se mueren las esperanzas de forjar una Argentina unida, una Patria de hermanos (...) Los que odian y justifican su desprecio; el terrorismo de las redes (...) Hemos pasado todos los límites; la descalificación, la agresión constante, la difamación parecen moneda corriente... Démonos otra oportunidad, no podemos construir una Nación desde la guerra entre nosotros”.
Las palabras del arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, sonaron firmes en la Catedral porteña, en la celebración del Tedeum por el 25 de Mayo. Presente en la ceremonia, el presidente Javier Milei las oyó. Las oyó pero no las escuchó: quien había pasado de largo frente a la vicepresidenta y compañera de fórmula, Victoria Villarruel y había desairado la mano que le tendía el jefe de Gobierno de la Ciudad, Jorge Macri, ignorándolo, tuiteó al cabo de la ceremonia “Roma no paga traidores”, como justificativo al saludo que le negó al alcalde porteño.
Fue su respuesta al mensaje pastoral que acababa de oír, y que evidentemente decidió no escuchar.
Amparado en los logros económicos alcanzados hasta acá -importantes pero lejos de ser suficientes- el Presidente no parece entender todavía que su obligación es gobernar para todos los argentinos, los que lo votaron y los que no: los que piensan como él y le rinden pleitesía con una obsecuencia digna de mejor causa, los que acuerdan en algunas cuestiones pero no aprueban otras, o los que disienten abiertamente. Y a todos les debe respeto por igual.
O debería hacerlo, porque no es lo que ocurre en la práctica, y eso se advierte a diario. Su comportamiento está en las antípodas de lo que propugnó García Cuerva y de lo que millones de argentinos, hartos de tanta grieta y tanta dialéctica amigo-enemigo, ellos y nosotros, anhelan: un diálogo constructivo, respetuoso, en paz y civilizado entre todos quienes deben sacar el país adelante. Una tarea que no es privativa, ni acá ni en ninguna parte, de algún iluminado providencial sino que se construye buscando acuerdo aun en el disenso.
Pero parecemos estar a años luz de algo semejante. El estilo presidencial va impregnando a quienes lo rodean. No conforme con decir que “el periodismo va en camino de la desaparición” y después de asistir a una reunión con los directivos de Ford luciendo una remera con la cara de Milei estampada en el centro - ¿le pedirán tanto?- el ministro Luis Caputo la emprendió contra un periodista.
Fue en una conferencia de prensa en Casa Rosada, cuando un cronista le preguntó por los “dólares en el colchón” y si traería “dinero del exterior”. El ministro le pidió que se rectificara ahí mismo, ya que “estás diciendo un nivel de disparate. ¿Vos decís que yo tengo dólares en el colchón?”. La declaración jurada de Caputo indica que tiene fondos depositados en el exterior, lo que es perfectamente legal, ya que están declarados. Aunque al ministro le haya parecido fuera de lugar el tono de la pregunta, yendo al fondo de la cuestión, ¿no sería más efectivo que mil declaraciones que los funcionarios, en una demostración de confianza en el Gobierno que integran, repatriaran al menos parte de lo depositado afuera? Un gesto suele valer más que mil palabras.
El miércoles pasado, la vicegobernadora de Mendoza, Hebe Casado, anunció que acababa de desafiliarse del PRO y que al día siguiente ficharía para La Libertad Avanza, lo que coincidió con la posibilidad de salto de otros dirigentes amarillos a las filas violetas, allí donde ahora calienta el sol. No son nuevas estas piruetas, pero reavivan la pregunta: ¿no es una especie de estafa a los votantes? ¿Acaso los consultaron antes de pegar el salto? ¿Así es como esperamos que la gente vuelva a creer en la política?
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