Si algo distinguió el pontificado de Francisco es que logró que el Diálogo Interreligioso adquiriera “dimensión abrahámica” al fijar como condición necesaria la inclusión de los musulmanes en él, lo cual le confirió talla de líder moral mundial, como a ningún otro pontífice antes.
Desde las Cruzadas, las iglesias europeas se autoimpusieron al islam y al judaísmo como límite para la aceptación del Otro. El Concilio Vaticano II de 1964 logró que eso cesara con el segundo pero no con el primero. Frontera que solo se atrevieron a cruzar, luminarias como Nicolás de Cusa o Ramón Llul siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís cuando en la V Cruzada atravesó las líneas de combate para entrevistar al sultán de Egipto al-Kamil al-Malik, demostrando que el reconocimiento religioso mutuo para el Diálogo era posible. Otra razón más para entender porqué un jesuita se hizo llamar como franciscano.
Lo cual explica los once viajes pontificios a países con sociedades mayormente islamizadas, que a modo de “Cruzada inversa bifronte”, obligó a retroceder al analfabetismo interreligioso e intercultural en el que nos forma el discurso dominante, a la vez que impedía que el catolicismo fuera implicado en la difamación del islam como religión de la violencia por parte de quienes ganan cuando los conflictos bélicos son erróneamente leídos o promovidos como religiosos o civilizatorios antes que como instrumento de intereses económicos y políticos. Francisco no cesaba de repetir que “No es justo identificar el islam con la violencia. No es justo ni verdadero.”
Antepuso su propia experiencia con la interreligiosidad inclusiva del islam, obtenida en su barrio de Flores, ese urbanismo social iberoárabe que en ese caso se conformó con gentes de habla árabe que ampliaron nuestra diversidad religiosa con ocho vertientes diferentes del cristianismo y el islam y con la versión árabe del judaísmo alepino. Esta innata y bicentenaria interacción cultural y religiosa, cuya aclimatación local retrata Marechal en su Adán Buenos Aires, es la que sería conocida como “Diálogo” intercultural y/o interreligioso.

Mirar nuestro pasado a la luz de su Legado añade esa comprensión interreligiosa que permite identificar contribuciones islámicas como el humanismo (deuda que Pico de la Mirándola reconoce en su Carta sobre la Dignidad del Hombre), el librepensamiento de Averroes (a quien por ello Rafael no dejaba de incluir en sus pinturas), la noción de solidaridad (planteada en el Corán como distinción entre la masa y la Comunidad civilizada) y la invención de la Perspectiva y el método científico por Alhazén.

Y para que así conste arquitectónicamente, Francisco colocó en 2019 en una de las capitales de los árabes del mar, junto con el presidente de Emiratos Árabes Sh. M. bin Zayed Al Nahyan, su vicepresidente Sh. M. bin Rashid y el Imam A. Al Tayeb, la piedra fundacional de la Casa de la Familia Abrahámica compuesta por la iglesia de San Francisco, la sinagoga Maimónides y la mezquita Al Tayeb sostenidas por un basamento dedicado a la investigación y promoción de la fraternidad humana, levantada por el gobierno de los Emiratos Arabes Unidos en la isla de la Felicidad de Abu Dhabi.
Por eso y más, si el proverbio árabe dice que “el humano es hijo de su tiempo”, siempre podremos decir que el legado de Francisco esta en haber “universalizado” el que recibió al nunca dejar de ser “hijo de su barrio”.
Hamurabi Noufouri es Director del Instituto y Doctorado en Diversidad Cultural - Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF)
Sobre la firma
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO