Cada una por su lado mi hija y yo vamos a ver la misma muestra de arte: “¿Cuánto pesa el amor?” en el Centro Cultural Recoleta. Nos gusta a las dos y la sorpresa perdurable es que al cotejar impresiones su sensibilidad centennial y la mía coinciden en recordar casi las mismas obras de ese recorrido que reúne a más de 60 artistas.“Las almohadas que hablan” me dice Cata con entusiasmo aludiendo a dos objetos sonoros de Diana Schufer “y esa otra enorme que lo ocupa todo” subraya para describir una instalación del rosarino Carlos Herrera en la que yo también me zambullí tratando de identificar qué había allí ―¿energía aura viento? ― que me invitaba a quedarme y a querer de entender.Cuenta el curador Daniel Fischer en el pórtico de la exhibición que la dedica a Yuliana su hija de 7 para quien “el amor no tiene que doler”. Tiempo después de esa declaración sin embargo la niña quedó como hipnotizada por una imagen a la que volvía diariamente: “Mar de lágrimas” la conmovedora escultura de Pablo Suárez que despide la muestra en la cual desnudez y llanto son la misma zona. Sin palabras la pequeña comprendió quizá la gravedad de la emoción que nos define el peso al que alude el nombre de la muestra: las obras exploran con diversos lenguajes y recursos los tonos posibles entre la dicha su inanición y crisis.Un acercamiento gozoso al fenómeno amoroso se trasluce en las almohadas de Schufer; la primera de 2001 límpida y ronroneante y la segunda titulada “El abrazo” (2002) plegada sobre sí misma y acordonada que invita a escuchar las voces que provienen del corazón del objeto juguetonas y deseantes: una mujer y un hombre convertidos en pura piel.Las piezas de Herrera en tanto inquietan por sus claroscuros. Son viscerales registran el declive y la erosión. El tiempo suma y resta tuteándose con la muerte bajo los ojos del que mira aquí una foto allá una escultura. Metida en la barriga de esa instalación sin título que emula un galpón donde convive un paisaje de cotidianeidad (desde frazadas rotas barras de pan huesos peluches y bolsas de nylon hasta flores disecadas colgadas hacia abajo cuyo perfume pervive como un fantasma sin paz) una se pregunta qué sentir.“Al comenzar la exhibición eran flores frescas” comenta la asistente de sala. Dice que Herrera sigue agregándole cosas a la obra. Eso percibe quien mira: la electricidad de la vida que se espesa y cambia.