Hay un recuerdo de los cinco millones que irrumpen en la cabeza de Sebastián Borensztein no apto para impresionables. Una reminiscencia que involucra piel, carne, sangre. Como buen director de cine, el hijo del medio de Mauricio Bores y Berta Szpindler lo narra con elipsis, secuencias, ángulo contrapicado, travelling. Podría ser la escena estrella en una película sobre Tato.
Día de pesca de padre y niño, muelle uruguayo, cañas que se mueven coreográficamente, pejerreyes que pican. En un segundo, la vida armónica da un giro. Tato se clava el anzuelo en la mano, intenta extraerlo, pero no pierde la calma. Le está enseñando algo sobre la valentía al segundo de sus tres herederos: el coraje no tiene que ver con la ausencia del miedo, sino con el valor para atravesarlo.
"Papá pegó un par de tirones y el anzuelo no salía. Estábamos solos, nadie podía ayudar, siguió él recorrido y sacó el anzuelo por el otro lado de la mano. Ese era el camino, que el anzuelo siguiera viajando en la mano", describe Sebastián medio siglo después. "Seguimos pescando un rato y después fuimos a la clínica y le dieron la antitetánica. Lo que hizo antes de que lo vieran los médicos es lo que hubieran hecho en el hospital. Sus dedos haciendo pasar el anzuelo del otro lado".
La lógica tatoboreana se agiganta en el centenario de su nacimiento. Sebastián ira cada día más esos razonamientos que guiaron a la familia. Como el día en que un grupo comando ingresó al hogar de los Borensztein y Tato usó el humor como espada.
Era 1975, el niño despertó con ruidos de timbres desesperados en la puerta principal y en la de servicio del departamento y, acto seguido, vio a su padre observando por la mirilla.
"Yo recuerdo la escena vista detrás de las piernas de mi padre. Él abrió la puerta, entró un malón y el tipo al frente del operativo dijo: '¡Tato Bores!'. Papá le contestó: 'No, Frank Sinatra'. Todos se rieron, bajaron las armas y nos dimos cuenta de que no era con nosotros el asunto. Buscaban a otro en el edificio", describe Sebastián. "El chiste en medio del horror da cuenta de un hombre corajudo".
Entre bombas, peces y cigarrillos
Para 1979, los Borensztein le pusieron el cuerpo a otra instancia aterradora, una bomba en el edificio que habitaban. Sebastián todavía parece sentir la fuerza del abrazo de su padre cuando la pesadilla terminó y Tato confirmó que estaban todos a salvo.
"Me acuerdo que yo volvía del colegio y doblo por Gelly: veo en la esquina del edificio a la gente en la calle, más policía y ambulancia. Pensé, 'listo, lo mataron a mi viejo'. Ya habían ametrallado los vidrios del edificio alguna vez y esta vez aparece una vecina llorando que me abraza. Mamá estaba de viaje en aquel momento en Uruguay. En eso aparece papá. 'Quedate tranquilo pusieron una bomba y estoy bien', me dijo".

"Otro día, hubo un llamado a casa, suena el teléfono, papá contesta y le dicen: 'Tato Bores, en el palier de su casa hay una bomba, no hable más'. En un jarrón ve la bomba y llama al escuadrón de bombas y nos hacen desalojar. Una amenaza clara porque él había vuelto a hacer su programa después de dos años", cuenta.
"Él pensaba que si se asustaba no podía volver más. Mamá dijo, 'nosotros apoyamos lo que vos quieras' y después de que deliberaran en casa qué hacer, papá decidió volver. Como pudo, él estudió los monólogos y fuimos todos a ver a papá grabar el programa. Épocas en que yo tenía que volver del colegio cada día por un camino distinto, o irme antes o después y cuando tocaba el portero daba un nombre clave que era nuestra contraseña".
-¿Algún enojo suyo o reto que te haya marcado profundamente?
-Era muy chico y no sé de dónde saqué un cigarrillo en casa y cuando volvieron con mamá yo tenía un olor a cigarrillo terrible. Bañadito, en pijama y negando todo. Él se enojó muchísimo y me hizo una advertencia: "Que yo no te vuelva a oler cigarrillo"... Fue un grito. Nunca en la vida un sopapo. Ninguno de los tres generamos un dolor de cabeza, no éramos caóticos.
-¿Guardás algún regalo suyo que tenga un significado especial más allá del material?
-El clarinete Selmer francés serie 9 que me regaló. Yo no tenía idea de que en su juventud él tocaba el clarinete ni que le gustaba. Un día lo había acompañado al Teatro Estrellas y me quedé obnubilado por el instrumento. Y empecé a estudiar. Lo hice hasta los 16. Primero con un Orsi italiano, después con el francés. El día que me lo trajo de un viaje, a mis 11 u 12 años, me quedé toda la noche con la trompa en el clarinete, metido dentro del placard para amortiguar el sonido. De vez en cuando lo toco. Un luthier lo abrió y le hizo un service completo.

-¿Algún objeto suyo que atesores?
-El reloj que llevo puesto, era de él, se lo sacó de la muñeca y me dijo: "Feliz cumple" y me lo dio. Es un Rolex que por supuesto me pongo en casa y me lo saco para salir.
-¿Algún rito que hicieron los dos solos, sin el resto de los hermanos?
-Ir a pescar muy temprano a la mañana, en Uruguay. Entraba en mi cuarto temprano y decía: '¿Vamos a pescar?'. A mí no me gustaba la playa, la padecía, pero en un día de pesca era distinto, disfrutaba del muelle que ya no existe, o del puerto. Había mucho pique y volvíamos llenos de pescado. Papá los limpiaba con una manguera, separaba los que íbamos a comer y el resto los regalábamos por el barrio.
-A la distancia, ¿sentís que quedó todo saldado, hubo cosas por decir o hacer entre padre e hijo?
-Un dia tuvimos una charla y él me dijo que hubiera querido pasar más tiempo con nosotros. Yo le hice la cuenta. "Pasaste más tiempo que otros padres, sólo que distribuido de manera distinta".
-¿Por qué?
-Porque él trabajaba mucho, todo giraba en torno a su trabajo, un tipo fantástico que pasaba mucho tiempo estudiando sus monólogos y preparando sus programas. "Papá está estudiando" era una frase muy escuchada en casa, pero después, cuando terminaba su trabajo encerrado en su escritorio, volvía a nosotros. Y en Punta del Este era sagrado: en vacaciones él reponía el tiempo que no había podido dedicarnos en otro momento del año. Descubrió Punta antes de que yo naciera. Primero alquiló una casa y luego la compró. Un lugar muy agreste, bicicletas para moverse, se cortaba la luz noche de por medio, llamábamos a la UTE y le decían: 'Ya vamos, Tato'. ¿Qué otros padres pueden pasar tres meses enteros con sus hijos y dedicando tiempo de calidad? En el balance eso es mucho mejor.
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