La primera noche en su nueva casa, la sangre todavía formaba dibujos en las paredes. Imposible limpiarla. “Una casa entera llena de sangre”, le había dicho Horacio Brest a su esposa esa mañana, cuando sacaron a la calle todo lo que había adentro. Horacio cerró con llave las habitaciones y amontonó unos colchones en el comedor. Los gemelos Gastón y Gonzalo, de 5 años, se acostaron junto a su madre. Él se quedó despierto. Los ruidos se le aparecieron como puertas que se abrían y pasos acercándose. Al amanecer salió a la calle. Miró el cielo despejado y lo acechó una idea sombría: “Capaz vuelvo y los encuentro a todos muertos”.
-Casi un año dormimos acá, los cuatro en este comedor-, cuenta Horacio Brest mirando a su alrededor.
Cerca del techo, las paredes lucen apenas descascaradas por la humedad. En el piso se apilan las cajas de juguetes de sus dos nietas. Un televisor de 75 pulgadas ocupa casi toda una pared. Sobre la mesa, Horacio abre una carpeta con recortes de diarios de 1992, pegados sobre cartulinas. En la parte superior se ve una fecha escrita con marcador. “Miércoles 1 de julio. Cinco cadáveres fueron el precio del odio”; “Viernes 3 de julio: 33 millones buscando a dos asesinos”; “Lunes 13 de julio: Venganza china, peor que la cosa nostra”; “Domingo 26 de julio: Los dragones no perdonan”.

-Lo macabro fue en las habitaciones-, dice Brest mientras pasa las hojas. Es un hombre corpulento de 58 años y ojos marrones que transmiten tanta serenidad como cansancio-. Las fuimos abriendo de a poco. La última que ocupamos fue donde mataron a los chiquitos.
En un viejo armario vidriado se acumulan pequeños objetos: cajas de té, lanzas y sables en miniatura, vasijas de porcelana. También fotos enmarcadas: Horacio Brest y su familia comiendo en el living de la casa o paseando en una playa de los Estados Unidos. Otras de los gemelos adolescentes, sobre un ring; luego más grandes, levantando sus cinturones de campeones del mundo, o en una limusina. Arriba del armario, los cuatro cinturones de campeones mundiales de kickboxing.

-Al poco tiempo de mudarnos recibimos las primeras amenazas. Papeles escritos a mano que decían “Váyanse”, “Los próximos son ustedes”. Yo de noche no vivía. Cuando apoyaba la cabeza en la almohada escuchaba voces. Estaba todo el tiempo esperando que llegaran. Ahí empecé entrenar a los chicos para que pudieran defenderse. Siempre con la misma pregunta en la cabeza: “¿cuándo van a venir a buscarnos?”
La masacre de Merlo
Yu Ying Yen y su familia fueron asesinados a puñaladas en la madrugada del domingo 28 de junio de 1992. Yen era un comerciante taiwanés que manejaba un pequeño restaurante a pocas cuadras del centro de Merlo: una construcción en forma de L que se conectaba a su casa por una puerta lateral. Al llegar, la policía advirtió que ninguna de las entradas había sido forzada, en las habitaciones encontró joyas y dinero, y descartó un robo. Los vecinos aseguraban que se trataba de una familia tranquila. Sin embargo, todos estaban despellejados: Yu Ying Yen, su esposa Mei Ying Lin, su suegra Hsueh Chen Chiang y sus hijos Hsiung Shih Lin y Cheng Yen Lin, de nueve y siete años. Habían recibido más de quince puñaladas cada uno.

-El caso cambió por completo la forma en la que entendíamos el crimen. No existían hechos de esas características: cinco personas asesinadas en un mismo sitio, con ese salvajismo -dice Daniel Salcedo, ex Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires entre 2007 y 2009, en su oficina del Instituto de Criminalística Argentino que dirige desde hace diez años.
En junio de 1992, Salcedo era Jefe del Servicio Especial de Investigaciones de la Policía de Buenos Aires. Fue el primero en entrar a la casa esa noche. En cada habitación encontró al menos un muerto. Todos tapados con frazadas. Primero pensó que se trataba de un ritual, o quizás un rasgo de remordimiento de los asesinos. Enseguida comprendió que las frazadas tenían un sentido práctico: caminar por la casa sin chapotear en la sangre.
-Tuvimos que colocar andamios para recorrer la escena del crimen. El pasillo que llevaba a los dormitorios era un lago de sangre -recuerda-. Habían masacrado a una familia entera en cuestión de minutos, y sólo con dagas de doble filo. Un nivel de violencia que desconocíamos. El peor ensañamiento había sido con los chiquitos: las estocadas atravesaron los cuerpos.

En pocas horas el caso llegó a los medios de comunicación con la definición “La masacre de Merlo”. ¿Por qué habían matado a toda la familia? ¿Cómo entraron a la casa sin forzar las puertas? Las primeras versiones hablaban de sicarios y de un ajuste de cuentas. ¿Alcanzaba para explicar el sadismo de los asesinatos">