“Mate tomaba mucho mi abuela y me daba. Yo ahora soy más cafetero, pero me encanta el mate. Es un símbolo nuestro. Me gusta la expresión ‘vamos a tomar unos mates’”, dice Martín Bossi desde el escenario de Espacio Clarín en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
El actor, humorista y gran imitador, que actualmente brilla en la obra La cena de los tontos (teatro El Nacional), habla a corazón abierto y, teniendo en cuenta el espacio donde transcurre la charla, deja en claro que no le gustaría escribir su autobiografía, porque le parecería de alguien "con mucho ego". Aunque rápidamente sí ite que estaría dispuesto a escribir un libro que se llamaría Cómo hacerse el boludo y tener éxito, y que contaría con distintas “tácticas y estrategias”.
-¿Cuáles serían algunas de esas estrategias?
-Volar bajito para que los radares no te vean, sobre todo en tiempos de tanta violencia y tanta locura. Creo que si tengo alguna virtud en mi carrera es haberme hecho el boludo bien y que no me detecten. Y paralelamente poder hacer arte con todo lo que cuesta poder hacer un hecho artístico, poder hacerle bien a la gente. Traté y sigo tratando de hacerme el boludo porque es elemental para poder hoy estar tranquilo. No ser tendencia en redes, tratar de participar de los menos eventos públicos posibles, no contar mucho de tu vida... Y el tiempo que gastaría en contar mi vida, mis vacaciones y mis parejas, utilizarlo para estudiar y brindarle algo mejor a la gente.
Un pasado difícil y el talento para crear realidades
-Naciste en Lomas de Zamora... ¿Cómo fue tu infancia?
-Una infancia de un chico criado en los 80. Con abuelos, abuela, padres. Mi papá comerciante, repuestero. Un barrio donde había valores. El que tenía conocimiento valía más el que no tenía conocimiento. La estupidez no era una virtud. El que hacía estupideces era cuestionado. Era un barrio donde jugábamos cantando, festejábamos los carnavales. Esperábamos el 6 de enero e íbamos a ver a los Reyes al centro de Lomas, donde mi abuelo hacía asados, escuchaba tangos… Me enseñaron valores desde mis raíces. Iba la cancha del club del barrio y usábamos en el barrio la camiseta del club del barrio. Éramos más argentinos.

-¿En qué momento de tu vida te das cuenta que tenías un talento artístico, por ejemplo para imitar?
-Yo hice algo que no está bueno: repetí tercer año y no le conté a mis padres. Habían salido las computadoras y con un amigo vimos que podíamos falsificar el boletín. Cuando yo me llevaba más de tres materias, mi papá me sacaba la raqueta, no me dejaba entrenar, yo era tenista. Entonces vi la opción de falsificar y empezar a manejar una realidad paralela. Y no solo falsificada, sino que me comportaba como un tipo que aprobaba las materias. Llega noviembre y no me presenté en las seis materias que me llevaba y el verano no tenía la fortaleza de enfrentar a mi familia y decirle que había repetido. Entonces me comporté todo el verano como un chico que había pasado de año. Me hacían homenajes, asados en conmemoración del logro de no haberme llevado ninguna materia, yo lloraba, hacía discursos a los demás chicos del barrio de lo que era ser alguien muy inteligente y capaz...
-¿Te descubrieron en algún momento?
-Al otro año, cuando mi papá me llevaba al colegio, me dejaba en la puerta y yo me rateaba. Estuve dos meses en la calle sin poder enfrentar a mi papá. Él estaba enfermo de Parkinson y yo no podía enfrentar la realidad de decepcionarlo. Y en un colegio de curas no me ayudaron. Me dijeron “usted enfrente”. Cuando me descubren, me mandan a un colegio del Estado, el Vicente Sierra. Un colegio muy humilde, muy precario, que está en Temperley. Ahí me enseñan el sentido de la cultura, del arte, y me ayudan. Hacía mucho frío en el aula. Me enseñan a resumir el primer libro. Me regalan 100 años de soledad de García Márquez. Ahí descubrí mi verdadera vocación. En ese colegio. Pero también descubrí que era capaz de generar otras realidades, de actuar realidades diferentes. Dije “o me dedico a la delincuencia o transformo esto en arte”. Y fui muy sano y si pude durante un año actuar de inteligente y emocionarme hasta ante el párroco del barrio, dije 'bueno, esto lo voy a transformar en algo lindo, transformar realidades'. Y ahí me di cuenta que yo tenía que actuar.
-Decís que no querías decepcionar a tu papá, no querías enfrentarlo… Y al principio tu familia no te apoyaba mucho en esto de actuar, ¿no?
-No. Porque vengo de una educación clásica de los 80, donde el patriarcado era muy fuerte y donde ser artista era ser "trisexual" o raro. Había que ser médico, arquitecto, había que casarse, había que elegir la religión que te imponían, había que elegir la forma de amor que te imponían y había que seguir 10 mandamientos. Era como muy fuerte todo. Y yo ahí empecé a cuestionar todo. Y creo que, como digo siempre, la desobediencia es la base del éxito. Gracias a desobedecer en todo estoy acá feliz. Soy una persona libre que decide por sus propios medios y que no es esclava de ningún ismo. Tengo ideas, no ideologías y eso me hace más libre.

-¿Cómo fue para vos seguir adelante con tu pasión? ¿Cómo pasaste de no animarte a enfrentar a tu papá a decirle que querías actuar?
-Es que no lo enfrenté nunca porque mi papá murió cuando yo tenía 18 años. Una enfermedad muy difícil. Me dejó recados en el lecho de muerte. Reunió a toda la tanada y dio indicaciones a todos. A mí me dejó para lo último. Me dijo “hacete cargo de la empresa de repuestos y casate”. No le di bola en nada, je. Mi viejo me dijo que yo me tenía que hacer cargo de una familia porque era hombre. Tuve que hacerme cargo de una señora de 42 años y una hermanita de 14 y tuve que salir a dar clases de tenis, a mantener a una mujer que era mi mamá y que me decía “hay que traer plata acá, hay que comer”. Y yo daba clases de tenis para alimentar a una familia. Fue medio fuerte.
-Es una edad complicada, uno está saliendo a la vida, descubriendo qué quiere hacer, y tuviste una mochila muy grande. Fue como un golpe muy duro de realidad…
-En realidad conocí la muerte primero que la vida, ahí entendí quién manda. Yo me fui al velorio de mi viejo y dije “entiendo quién manda acá, manda Dios”. Había perdido a mi abuela, que era la que me había criado, había perdido a mi abuelo y a mi padre. Y ahí entendí que la vida había que tomársela como un sorbo de agua cuando tenes sed. Dije voy a vivir la vida, me la voy a tomar toda a la vida. Y a partir de ahí... Esa noche del velorio de mi papá salí a correr. Transpiré, miré al cielo, hablé con Dios y dije 'acá arranca otra etapa y voy a ir por mis sueños, porque esto es muy breve'. Mi papá tenía 47 años. Y acá estoy. Cumplí los sueños, fui por lo que yo sentía. Todavía ayudo a mi madre, ayudo a mi hermana, ayudo a todos mis amigos y trato de, si puedo, hacer alegre a las personas.
-¿Cómo fueron esos primeros meses sin tu papá hasta que decidís meterte más con la actuación?
-Murió mi papá y nos quedamos en la calle. La casa de repuestos se fundió y con las clases de tenis no alcanzaba. La verdad que la comida no abundaba y empecé a sentir que si yo no rendía en mi trabajo, no comía mi hermana. Entonces se hizo una reunión familiar de 30 personas donde teníamos que buscar la alternativa… Todos ofrecían propuestas de salvar a la familia y Rodolfo, el esposo de mi mamá, que tiempo después se volvió a casar, dijo: “El que nos salva es el flaco”. Silencio. Yo estaba con unos auriculares escuchando Guns N’ Roses, estaba en la mía mientras el mundo se caía abajo, un nivel de inconsciencia... Todos decían “pero si no estudia”, “mirá cómo tiene el pelo”. “Los va a salvar”, decía Rodolfo. Yo me acuerdo siempre porque fue el único. Después confiaron todos en mí. Ahí arranqué a hacer fiestas y eventos con Diego Djerejian, mi amigo de la infancia. Empecé a trabajar en eventos haciendo imitaciones muy precarias y me pagaban 100 pesos por show.

-¿Cómo se lo tomó tu mamá?
-Mi mamá empezó a sospechar porque me veía con purpurina. Me levantaba todo pintado y me investigaban la cara porque claro, llegaba el nene todo pintado. Entonces mi tía me decía: “Mira, las conclusiones que están sacando son las siguientes: o estás saliendo con una bailarina porque llegas todo con purpurina o vos te estás disfrazando a la noche. Si es la segunda opción, corré, porque te van a matar”. Desobedecí. Pero porque no elegí eso. A mí eso me eligió a mí. No es que fui un rebelde para llevar la contraria. El arte de la actuación es algo que me encontró a mí y yo no lo elegí. Ni siquiera es algo que yo quiero hacer. Es algo que no puedo dejar de hacer.
La tele, la fama y el recorrido hasta convertirse en el rey de calle Corrientes
-¿Cómo llega la época de la tele y la fama?
-Yo estaba en Villa Gesell haciendo una temporada de teatro en la calle. Habíamos cerrado como 20 bares pero me agarró el 2001, De la Rúa… y me quedé actuando en la calle. Había un grupo que se llamaba Fama, de unos transformistas que me agarraron de la calle y me invitaron a trabajar con ellos. Y hacían todos personajes de mujeres, así que yo hacía a Chavela Vargas y a Shakira y me mandaban a volantear vestido de Shakira. Un día mi tío Pipo me ve en una esquina vestido de Shakira, hace una reunión familiar y dicen “bueno, evidentemente el partido está definido. Martín está vestido de mujer en una esquina”. Se comunica conmigo mi mamá y me dice “no vuelvas porque las valijas están en la puerta”. Pero ese verano me llaman de Telefe para tomarme una prueba. Hacían un homenaje a Enrique Iglesias, algo inusual. Y arranqué un día en Telefe, en febrero del 2002. Le pedí a mi mamá prórroga para que no me eche. Y empecé a trabajar en televisión. Nunca más paré.
-¿Registras un primer momento en el que te hayas dado cuenta de que eras famoso?
-No, porque nunca me interesó eso. Yo no soy una estrella, yo no ando con vidrios polarizados, guardaespaldas… digo la vida de la celebrity. Hoy la celebrity reemplazó al artista. Yo no soy eso. No hubo un cambio en mí.

-¿No tuviste un tema con la exposición?
-No. Pero sí tengo un tema, en los tiempos que corren, con el nivel de violencia que hay, de falta de cultura. En mi casa, aunque eran "tanos", se discutía con nivel los distintos puntos de vista. Yo me crié en un barrio donde se respetaba al hincha de Banfield, al hincha de Los Andes. Había respeto. Toda esta violencia que se vive en el mundo, la falta de cultura, la falta de valores. Hoy tu ignorancia vale lo mismo que mi conocimiento. Hoy Spinetta es lo mismo que un pibe que hace un reality o un programita en un streaming. Y no es todo lo mismo. No es lo mismo Borges que Peso Pluma. Entonces sí, es un arte poder hacerse el boludo y volar bajito. Yo trato de que ni me nombren ahora. No me tengan en cuenta. Solamente que vengan al teatro a verme, que consuman lo que hago porque sé qué puedo hacer bien, pero no me interesa tener razón. No me interesa mostrar mi postura.
-Después vienen como los grandes shows en el teatro… ¿Hay algo de soledad en esto de ser un showman?
-Estamos todos solos en este viaje y yo no actúo porque soy simpático, yo actúo porque estoy todo roto.
-¿Por qué?
-La primera gran decepción que tuve fue cuando me enteré que mis padres me habían mentido y que los Reyes eran ellos. ¿Cómo me pueden haber montado semejante circo? Y ahí me di cuenta que como era el mundo. Suavemente me lo empezaron a mostrar. Después, cuando me enteré que yo me iba a morir. A partir de ese momento entendí que el fin de la historia va a ser difícil. Lo sé. El final de la película es triste. Entonces dije bueno, como los gitanos, vamos a bailar y a cantar, porque esto se termina. Yo creo que la felicidad es la interrupción del dolor, entonces mi manera de interrumpir el dolor que es la vida es hacer reír y reírme. Así que yo no actúo porque soy simpático, actúo por el tremendo dolor y el estado de conciencia que tengo de lo que es el mundo y lo que es la vida.

Su presente en el teatro, sus 50 años y los ataques de ansiedad
-Hace muy poco cumpliste 50… ¿Eso tiene que ver con esta idea de volar bajito?
-No quiero volar bajito por mis 50. Si estuviéramos en una fiesta donde el centro de la pista es atractivo, me pondría a bailar en el centro de la pista. Pero es un momento para guardarse y callarse la boca. Hoy no entiendo quién se pelea ni por qué se pelean. Ya no entiendo ni las peleas. Cuando hay tanto alboroto y no tengo nada que aportar, lo que hago es callarme la boca. Y para aquellos que me eligen, darles un buen momento, nada más.
-Te escuché contar que a fines del año pasado tuviste un mal momento…
-Sí, tuve ataques de estos… Empecé a tener ataques de ansiedad, temas de conducta raros, sobre todo en el escenario, de tics nerviosos que no se notaban, pero eran internos. Fui a un especialista y me recomendó bajar los niveles de azúcar y de harina, pero sobre todo me hizo un análisis de la cantidad de tiempo que yo consumía plataformas y redes sociales. Consumía ocho horas de celular y dos horas de películas por noche. Ocho más dos, 10. Más ocho de sueño, 18. Vivía seis. Dejé como un adicto y apareció nuevamente la felicidad. Apareció la autoestima. Apareció la inspiración. Me siento otra vez una persona linda, agradable, conectada con el mundo. No me siento manipulado. Les recomiendo bajar la adicción de eso porque te volvés a encontrar con vos. Es maravilloso.
-¿Y hoy cómo estás? Estás protagonizando La cena de los tontos…
-Estoy haciendo La cena de los tontos en El Nacional. Una comedia sa donde en realidad, si la tengo que resumir, es la inocencia y la pureza en medio de la hipocresía. Dirigida por Marcos Carnevale, con Laurita Fernández y Mike Amigorena, producida por Ezequiel Corbo, Federico Hoppe y por Adrián Suar y lla. Tenemos 5 mil personas por fin de semana, es una locura. A estos 50 es un regalo de Dios que la gente todavía venga a verme tanto al teatro. No lo puedo creer, pero estoy disfrutándolo cada noche como si fuera la última, porque estoy mucho más consciente. Estoy haciendo teatro, que es lo que me gusta. Y aparte, el teatro es la única experiencia colectiva que no se filma.

-En esta época, en la que se saca el celular en todos lados...
-Hoy todo se viraliza, pero el teatro es la única experiencia donde te obligan a conectarte con vos y donde el que piensa de un lado y del otro tiene que compartir una misma historia sin diferencias. El teatro es una religión que une, no segmenta, y me parece que, en mi caso, yo soy una persona inclusiva en mi trabajo. ¿Viste que la palabra inclusiva está muy de moda? Bueno, yo realmente hago reír al de Milei, al de Lali, al de Tini, al de Putin. Aunque esté de acuerdo o no. Yo no elijo. Trato de hacer feliz a las personas que piensan de cualquier forma.
Martín Bossi: con quién tiene un mate pendiente y qué le diría al Martín de años atrás
-¿Con quién te queda un mate pendiente o con quién te gustaría tomarte un mate?
-Si me dejas volar, soy pretencioso, puedo irme al carajo… Y me tomaría un mate con Jesús. Porque aparte es un tipo que desobedeció. El primer hombre libre. Es el primer hombre que habló de libertad y así terminó. Hoy, si sos libre y hablas de libertad, también terminas como Jesús, pero de otra manera: te cancelan o te pueden llegar a hacer desaparecer de otra manera mediáticamente. Pero fue el primer tipo que fue libre, que se atrevió. Me tomaría unos mates con él.
-Si pudieras sentarte a tomar un mate con el Martín de hace 30 años… ¿Qué le dirías?
-Que escuche lo que siente por dentro. Que desobedezcan todo. Que corra bajo la lluvia. Que las noches sean largas. Que juegue a la pelota. Que me embarre. Que cante. Que baile. Que haga el amor muchísimo. Que me enamore muchísimo. Que ojalá que me rompan el corazón muchísimo. Que no evite el amor, que respete a los demás y que cante como los músicos del Titanic hasta que el barco se hunda. Que duerma poquito, que viva mucho porque es todo muy efímero y nos vamos y no pasa nada. Como dice mi amiga Graciela Borges “cuando pasa algo pasa, pero tampoco pasa nada. Nunca pasa nada”.
DD
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