Hay obras que se ven, y otras que se viven. Y algunas, incluso, se bailan hasta el límite. Bailarinas incendiadas cuenta historias reales de artistas del siglo XIX que morían carbonizadas en escena, envueltas en tutús inflamables y luces a gas.
Luciana Acuña corre. Entre dirigir los shows de Zoe Gotusso, dar clases en la UNA y llevar adelante Bailarinas incendiadas -obra que ideó, dirige y protagoniza-, encuentra un rato para hablar con Clarín.
En Pequeños Conciertos, en el Teatro Margarita Xirgú, Zoe Gotusso propone una experiencia donde su música se funde con coreografías bajo la dirección artística de Acuña.

Bailarinas incendiadas, en cambio, es una fiesta trágica. Parte de muertes reales: artistas atrapadas entre el vestuario y la tecnología escénica de otro siglo. Pero lo que ocurre es todo menos solemne: hay DJs, batería en vivo, folclore, fuego y cuerpos en trance. Y un público que también baila.
Desde hace más de veinte años, Acuña dirige el Grupo Krapp de danza contemporánea, un colectivo artístico que cruza disciplinas con espíritu punk, sensibilidad performática y la idea de que el escenario se habita, no se representa.

“Siempre abordamos la tragedia desde lo festivo”, dice Acuña. “Estas pibas morían a los 21 años, pero también eran guerreras. Esto no podía ser algo melancólico.”
La danza como exorcismo: entre cuerpos quemados y fiestas rave
Esa chispa —esas tragedias reales documentadas por Ignacio González, experto en historia de la danza—, Acuña las lleva al extremo: físico e intelectual. Su puesta es tan teórica como inmersiva, una mezcla de archivo y delirio escénico. Cuerpos que bailan, enloquecen, celebran.
El público está parado, sin butacas ni escenario. Hay una pantalla. ¿Entonces también es cine? En parte: los textos son de Mariana Chaud y Alejo Moguillansky, uno de los directores más singulares del cine independiente argentino, premiado en el BAFICI y otros festivales. Y como en el cine, hay movimiento, luces pulsantes y cuerpos en trance.

La pantalla, entonces, funciona como en el famoso cuadro de Magritte: dice “Esto no es una obra”. Un guiño al espectador. Pero también, como cantaba David Bowie, nos invita: “Bailemos”. Si Bailarinas incendiadas fuera una pieza clásica, arrancaría con ese "Allegro" que promete intensidad.
Operación bailar: entre electro, punk y fuego
Las performers cuentan esas tragedias reales mientras bailan: una mezcla de realización y ensayo escénico. Una clase -en el mejor y más vivo sentido de la palabra-: teórico-práctica, tejida con crónicas, investigaciones históricas, titulares de diarios de época y no-ficción. Una operación histórica que se baila, se escucha, transmite y celebra.
Performers e iluminadores se convierten en DJs o narradores de la historia luminosa del ballet: desde los candiles y la luz a gas hasta los focos eléctricos del escenario contemporáneo.
El cine rara vez logró una alquimia así, donde el pasado y la música se funden en trance. Disney lo intentó a su modo, con hipopótamos en tutú y ratones dirigiendo orquestas: una fantasía frente a la intensidad de la danza.
"La puesta está pensada como una obra-fiesta", explica Luciana Acuña. "Cuando te la pasás sentado, todo parece más solemne. Acá no: la puesta es física. Son mujeres que se incendiaban bailando, y eso te tiene que suceder en el cuerpo".

Y entre todas esas ideas, Bailarinas incendiadas parece inventar su propio género. ¿Punk-drama bailable? ¿Ballet-beat? Se mezclan hombres en tutú -de belleza y surrealismo a lo Chaplin-, un DJ en escena y un público que, en el intermezzo, toma el escenario y lo convierte en pista de baile. Todo estalla en un solo de batería que homenajea a músicos incendiarios como Gene Krupa, Buddy Rich o la furiosa “Moby Dick” de Led Zeppelin.
Un solo de batería como una mujer combustible
El escritor Julian Barnes, al comienzo de su novela Niveles de vida, dice: “Juntás dos cosas que no se habían juntado antes y el mundo cambia.” Pero acá no se trata solo de dos cosas. ¿Cómo hacer para que todo esto no sea un quilombo?
Acuña responde: “Es un misterio. Organizar todos esos elementos para que no sea un caos... o para que sea un caos organizado. En nuestro proceso creativo probamos mil cosas. A veces uno se pregunta: ‘¿Pero qué tiene que ver esto con esto otro?’. Son muchos años de experiencia del equipo, donde hay intuiciones. Mucho pensar, mucho intentar".
"De hecho, empezamos a trabajar el texto en rima, buscando una musicalidad. Y Agustín Fortuny, bailarín, DJ y músico se entusiasmó: se volvió imparable con un solo de batería. Y dijimos: ‘Esto queda. Esto es una mujer prendiéndose fuego’.”

Historias reales que parecen ficción: de Emma Livry a La Telesita
En escena se cruzan historias reales que parecen sacadas de una película: la de Emma Livry, la bailarina sa que murió prendida fuego en la Ópera de París; la de Clara Webster en Londres; la de las hermanas Gale en Filadelfia; y también la leyenda argentina de La Telesita, que bailó hasta consumirse y se convirtió en canciones del folclore argentino, interpretadas por Jorge Cafrune, Ariel Ramírez, Hugo Díaz y el Chango Farías Gómez.
Todas arden. Por amor, por ambición, por ignorancia, por mandato. Y porque sí. Tutucidios. Una muerte textil y humana. De coreografía a quemografía. Bailar cerca de las luces de gas era arriesgarse a arder.
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Mujeres que, aún sabiendo que la tela del tutú podía condenarlas a arder, preferían usarlo para no perder "el vuelo" que les daba al moverse. Bailar es despegar los pies de la tierra. Es casi volar. Aquí, "volátil" significa tanto flotar en el aire como prenderse fuego.
Ese fuego, castigo y sacrificio al mismo tiempo, también es liberación. Y Bailarinas... arma un puente entre tragedias y mitos populares. Como el grafiti de la revuelta del Mayo Francés del '68, “A donde haya fuego, llevaremos gasolina”, una fiesta de cuerpos en combustión.
Una obra que es muchas cosas al mismo tiempo: crónica bailada, clase de historia en tutús y beats y rave performática. Un exorcismo en zapatillas. Como si la sanguinolenta Carrie gritara en medio del incendio, no ya por una fiesta de graduación arruinada, sino porque también le hubieran quitado el derecho a bailar.
Pero también es una lección sobre cómo se iluminaban los teatros antes de la electricidad y danzarinas que se quemaban para que la función continuara. Tragedia y fiesta. Ritmo, punk y archivo vivo.

O como dice Acuña: “Fue un gesto político también. Eran chicas que empezaban desde nenas -eso no cambió en la danza hasta hoy-, y que se negaban al mandato de los hombres que producían esos espectáculos".
"En la danza, como en el deporte, uno sale a jugarse. Se puede romper los meniscos, pero lo hace porque cree. Yo creo en el baile, en el golpe, en el break".
Y el público, cuando termina esta obra de octanaje alto y combustión, también. Y Luciana Acuña, claro, sigue corriendo.
Performers
Tatiana Saphir, Carla Di Grazia, Luciana Acuña, Matías Sendon, Milva Leonardi y Agustín Fortuny.
Información
Bailarinas incendiadas puede verse el 27 y 28 de mayo y 5, 6, 12, 13, 19 y 20 de junio, a las 20, en Arthaus, B, Mitre 434, CABA.
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