"Argentina se utilizó para triangular obras de arte robadas por los nazis". Con esta frase, el periodista e historiador Héctor Feliciano contó que el puerto de Buenos Aires fue usado durante seis años para traer piezas robadas que salían hacia Estados Unidos para ser vendidas. El portorriqueño dijo esto en la presentación de la versión en castellano de su libro El museo desaparecido, que no alude específicamente a la Argentina —"una investigación que tengo pendiente", diría luego— sino que desnuda el detallado plan de robo de obras de arte que llevó adelante el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
"Si Hitler no hubiera sido un amante del arte, la confiscación de obras no hubiera sido tan gigantesca", dijo ayer, en la Casa de la Cultura porteña.
Estuvieron en la presentación el secretario de Cultura, Gustavo López, y la subsecretaria de Patrimonio Cultural, Silvia Fajre. "Invitamos a Feliciano —dijo Fajre— para discutir el significado del patrimonio cultural y ser conscientes de que si lo perdemos pierde toda la comunidad".
El trabajo de Feliciano no se circunscribe a una recopilación de hallazgos —que suman más de 2000 obras— sino que se extiende hasta los hilos de un plan sistemático de saqueo cultural por parte del nazismo. Y este ejército de ladrones era comandado por un artista frustrado y un coleccionista: Adolf Hitler y su colaborador Hermann Goering.
Feliciano fue presentado por Daniel Santoro, periodista de Clarín especializado en investigación. "Me sorprendió el libro de Feliciano porque es muy riguroso en cuanto a investigación periodística. Hasta ahora yo creía que el periodismo de investigación era sólo para temas políticos: Feliciano demuestra que se lo puede hacer en el ámbito cultural. Es una investigación modelo, que tuvo muchos obstáculos".
Obstáculos, claro. Santoro hablaba del juicio que un coleccionista francés le hizo a Feliciano. Reclamaba un millón de dólares y no ser mencionado. Llegó a la Corte Suprema. Ganó Feliciano.
Obstáculos: gobiernos que no abrían puertas, archivos clasificados que se mantenían en secreto. La investigación avanzó a pesar de todo eso.
"Cuando los nazis ocupan Francia llegan —contó Feliciano— a la capital cultural del mundo, al lugar donde se producía el arte. Desde el primer día comienza el saqueo, tenían listas de obras preparadas."
Hitler quería hacer un museo en Austria y para eso, llegaban historiadores del arte-confiscadores con las listas de obras e inventarios minuciosos: cada obra aparecía con su técnica, sus dimensiones y, en algunos casos, las iniciales "H.G". Hermann Goering, un estrecho colaborador de Hitler, había marcado una cantidad de obras del arte occidental que no se podían soslayar. "Gran conocedor, elegía las mejores", subrayó Feliciano.
Lo mejor... casi todo. Picasso, Van Gogh, Matisse y Modigliani, entre otros, quedaban afuera del futuro museo por ser considerados "arte degenerado". Ese no iría a Austria. Pero era vendido en otros países. Estados Unidos, por ejemplo. "El arte moderno entendía la vida moderna, cosa que los nazis no entendieron jamás".
Las obras eran embaladas y trasladadas al primer piso del museo del Louvre, desde donde salían en valija diplomática, al destino que les correspondiera.
El saqueo fue monumental. "Al finalizar la guerra —dice Feliciano— cien mil obras habían sido confiscadas: eso es tres veces la cantidad de obras que tiene el Museo de Arte Moderno de Nueva York".
El libro de Héctor Feliciano, publicado en inglés en 1997, produjo cambios en el mundo del arte: las subastadoras más importantes empezaron a revisar con mucho cuidado el origen de las obras que remataban.
Mañana a las 13, el periodista hablará de su investigación en el Malba, invitado por el Foro de Periodismo Argentino.
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