El episodio fue –y sigue siendo– una verdadera tontería. Pero también fue un buen ejemplo de cómo conseguimos no entendernos.Los hechos son menores: durante un par de días miles de personas –algunas de ellos con altos cargos del Estado– me atacaron por un tweet que publiqué tras la muerte de la reina de Inglaterra. Veía en los medios del mundo la avalancha de notas y notitas memorias y memoriales historias e historietas; me impresionó y lo dije: de pronto una señora sin ningún peso sin ningún interés se estaba convirtiendo en una historia que taparía por un lapso imprevisible todas las demás.Me impresionó sobre todo ese fervor monárquico. La reina de Inglaterra era una paradoja andante: las leyes de su país le prohíben cualquier intervención en su política su economía sus costumbres; está muy claro que no puede meterse.O sea que para hacer bien lo que hace está obligada a callarse la boca; si dice algo quebranta la ley incumple su deber. Digamos: para ser una buena reina su obligación es no tener ni la menor influencia en la sociedad en la que vive no importar ser un florero. Si no lo hiciera –si influyera de algún modo– sería una mala reina.Una reina un rey son la quintaesencia del famosismo: alguien famoso por ser famoso que no hace nada pero se nota mucho. Por eso me pareció que no era alguien que se mereciera demasiada atención: no había cambiado nada en nuestras vidas ni siquiera en las de los ingleses.Si algo hizo denodadamente fue ponerse como modelo de todo aquello que muchos intentaron cambiar durante su reinado: las jerarquías inmerecidas la moral puritana ciertas tradiciones las desigualdades los privilegios de cuna y de fortuna.Y si algo representaba era lo peor: las ruinas de un imperio que supo ser dueño de medio mundo por un par de siglos –y que dejó de serlo durante su vida. O sea: el símbolo de esa afortunada decadencia –la pérdida de la India medio África Medio Oriente y tanto más– y el símbolo si acaso de las consecuencias desastrosas de aquel poder mundial: entre los países ex británicos –que siguen en la Commonwealth– están las peores guerras –Sudán Sierra Leona Ruanda– el peor hambre –la India– el peor racismo –Sudáfrica– la peor violencia –Nigeria Belice– la peor explotacion –Bangladesh entre otros.Todo eso representaba esta señora y por eso escribí un breve tuit que se preguntaba si “en serio nos vamos a pasar tres o cuatro días hablando de una momia inglesa”.Era un intento de cuestionar nuestro interés por una persona cuyo único mérito había sido durar mucho tiempo en un lugar que nunca se ganó callarse la boca con denuedo representar el sistema más retrógrado.Pero la incomprensión argentina pudo más: rápidamente surgieron de las sombras internéticas esos miles de tuiteros o bots que me reprochaban mi peronismo mi nacionalismo y mi abandono de la nación mi kirchnerismo a ultranza –y me reprochaban sobre todo que existiera.En esto último tenían razón: en todo lo demás ninguna.He publicado docenas de artículos y un par de libros criticando al peronismo en general –y al kirchnerismo en particular– como he publicado también docenas criticando al liberalismo en general –y al macrismo en particular– y sobre todo a todo tipo de nacionalismo.Nadie tiene por qué haberlos leído. Pero me impresiona la capacidad argentina para no mirar más allá del ombligo: si esbozo una vaga crítica a la reina de Inglaterra no debe ser por lo que era por lo que representó por hartazgo de las monarquías sino porque defiendo a Perón y Eva Perón y Cristina Fernández y demás Fernández y las Malvinas argentinas y todos esos lugares comunes del nacionalismo de bombos y platillos.Entonces para atacarme –porque lo primero que se les ocurre hacer no es debatir sino atacar insultar– me tiran con la Mesa del Hambre.Ya lo he contado varias veces: una vez que quise entrevistar a Alberto Fernández en Madrid antes de que fuera presidente para el New York Times le llevé mi libro sobre el hambre –que se ha publicado en estos años en unos treinta países. Él lo recibió se interesó y decidió lanzar una campaña nacional para combatirlo. Me invitó al lanzamiento de esa campaña a pocos días de su asunción en la Casa de Gobierno.Yo fui e inesperadamente me pidieron que hablara: dije sobre todo como tantas otras veces que lo importante era superar el asistencialismo buscar soluciones estructurales. Estaba por supuesto de acuerdo con una iniciativa que proponía ocuparse de la gran vergüenza argentina: que millones de personas no coman lo que necesitan en un país que se dedica a producir alimentos.(Aquella tarde vi que la prensa hablaba mucho de ese acto y mi nombre aparecía bastante. En los tres días que estuve en Buenos Aires discutí varias veces con amigos que me insistían en que el Gobierno me estaba usando para la foto. Yo les contestaba que no me parecía que mi imagen le sirviera a nadie y que de todos modos no me importaba que me “usaran” –si me usaban– para poner en marcha ese proceso que venía deseando desde hacía tanto tiempo.) Pero después el ¿Consejo del Hambre? siguió su camino y ya no me convocaron ni yo podía hacer gran cosa a la distancia –viendo además que su elección era insistir en el asistencialismo las tarjetas las dádivas. Sé que se reunieron tres o cuatro veces más pero yo ya no estaba. Así que esa fue mi participación en el asunto: hablar en la presentación de una campaña que entonces prometía.Lo hice me equivoqué me dolió mi error: no por mí sino porque se estaba perdiendo otra oportunidad de solucionar necesidades muy urgentes. Y en cuanto a mí lo siento pero poco: seguí mis ideas al estar allí ese día las seguí también al no seguir allí.Ahora me impresiona que personas que nunca pensaron en el tema que no lo trabajaron que poco les importa me sigan “atacando” con eso. Y sobre todo me impresiona la acusación tan repetida de que si estuve allí fue por dinero: ¿de verdad estamos tan destruidos que no somos capaces de pensar que alguien quiera contribuir a la erradicación del hambre sin cobrar por eso? ¿De verdad son así los que imaginan que los demás lo somos?¿Y de verdad se creen que todo lo que sucede en el mundo tiene que ver con la Argentina el peronismo el macrismo las tristezas de un país donde pensar se ha vuelto tan difícil?*Martín Caparrós es periodista y escritor. Su última novela es Sarmiento.PC