Si hay algo que le falta al escritor Martín Kohan en esta cuarentena es ir a la cancha. Fanático de Boca, y antes que nada del fútbol –suele (o solía, en la vida prepandemia) ir a ver entrenamientos por el puro placer de ver ese deporte–, confiesa con algo de pudor que no la está pasando nada mal en esta cuarentena. Que su vida se mantuvo y se mantiene casi igual, aunque, sí, como todos, pasa más tiempo en su casa: da clases por Zoom (“funcionó mejor de lo que habría supuesto”), lee y escribe mucho, ahora que puede sale con la bicicleta, ahora que puede frecuenta bares en la actual versión de mesitas en la vereda (“preferiría adentro”). Si tan solo pudiera ir a la Bombonera…
Jurado del Premio Clarín de Novela por primera vez, este año publicó los libros Me acuerdo (Ediciones Godot, $650), una memoria personal que homenajea a Georges Perec y Joe Brainard, y, recientemente, Confesión, una historia en tres partes sobre el despertar sexual de Mirta, una joven oriunda de Mercedes, donde nació el dictador Jorge Rafael Videla por quien siente gran fascinación; la memoria y su contracara, el olvido; y también la última dictadura argentina, con un episodio poco recordado, el atentado contra Videla, en Aeroparque, en 1977.
–¿Qué estuvo en el origen de la historia?
–Las ideas surgieron por separado y luego me resultaron combinables: una es la del despertar del deseo sexual con Videla como objeto de una joven que vive en la ciudad de Mercedes (donde nació el dictador); y la otra que me daba vueltas desde antes era una narración épica de la lucha armada. En Museo de la Revolución, traté de narrar la épica revolucionaria, pero no estaba exactamente esta cuestión. Leyendo sobre el ataque del ERP en Monte Chingolo y buscando materiales, surgió lo del atentado a Videla en Aeroparque, con una motivación narrativa en principio, la del deseo de poder articular una narración épica para la acción revolucionaria. Les daba vueltas a las dos cosas por separado. Me pasó lo mismo en otras novelas, las ideas me dan vueltas y vueltas y recién después las veo como novela.

–Videla es un personaje transversal a la historia, mueve los hilos de la historia grande que da contexto a la historia particular y, sin embargo, aparece sin voz, ¿por qué?
–De alguna manera lo que impacta es eso mismo, esa condición de esfinge que produce en el personaje de Mirta: eso no la decepciona, por el contrario, la atrae. Por un lado, quería interrogar un tipo de fascinación que esta adolescente va sintiendo, que no tiene que ver con la voz, porque no tiene que ver con lo que diga, sino con la estampa, con la firmeza, que hasta puede verse subrayada por el silencio, del que no habla porque no precisa hablar, porque impone con su figura. Es el tipo de fascinación que quería interrogar, con consternación, claro.
–Más que un “amén” colectivo en la Iglesia, no dice una palabra.
–Hay algo a lo que le di vueltas anteriormente, en el ensayo El país de la guerra: siempre me impactó mucho en el testimonio de Videla el lugar que el silencio ocupaba en sus responsabilidades. Me acuerdo la manera en que Videla refiere la manera de desaparecer los cuerpos de las víctimas de la represión. Él dice que asume esa decisión desde el silencio. Le comunican que están haciendo eso y él no dice nada; y el no decir nada él no lo invoca como pasividad o neutralidad, sino que es el momento en que respaldó eso que se estaba haciendo con el silencio. Es tremendo.
–¿El silencio es inherente a su figura?
–Su silencio no es abstención, su silencio implica asumir la responsabilidad con el silencio y desde el silencio. Es una zona de esa figura siniestra que evidentemente me resulta más significativo que lo podría llegar a decir. Excepto la escena en que define a los desaparecidos. Lo tremendo es la dificultad que tiene para decir lo que quiere decir, como algo que no puede ser nombrado, que es lo que termina expresando. El desaparecido no puede ser nombrado, es una figura que corresponde al silencio porque efectivamente es una figura que estaba siendo silenciada, era y es, en algún sentido, una figura definida por lo silenciado, no sabemos dónde están, qué hicieron con los cuerpos, qué hicieron con ellos.
Entonces, el silencio cobra, respecto del terrorismo de estado y en lo particular en la figura de Videla, una clave siniestra de esa figura. Con Massera no era posible, lo ponés a hablar o no está en una ficción. En cambio, hay una verdad siniestra en Videla que está dada en su silencio, en un tipo de autoridad silenciosa, horrible. Esa irradiación de firmeza y equilibrio lo vuelve más siniestro. Fue el que condujo los hechos más desequilibrados y bestiales de la historia argentina. Tenés otras figuras del terror, que tienen que ver con la palabra o con la acción. Y Videla era una figura que era una clave del terrorismo de estado, que no transcurre tanto en términos de los discursos del terrorismo de estado –ahí estaría Massera–, tampoco en la acción –como el Tigre Acosta– y en Videla hay una emanación oscurísima en su figura, que es una esfinge, una estampa, a la que le corresponde más que nada la autoridad del silencio, el que decide en el silencio.