“No hay nada que hacer. Les aconsejo que vuelvan a su casa, busquen una silla de ruedas para su padre y una psicóloga que lo acompañe”. El audio médico vía chat cayó como una bomba en el grupo de WhatsApp familiar. Lo mandó uno de mis hermanos. Había acompañado a mi papá a ver a un neurólogo de una reconocida clínica de Adrogué. De allí, salieron con ese diagnóstico lapidario. “Papá estuvo bien durante 77 años. Ahora tenemos que estar más que nunca con él y con Mamá”, completó mi hermano con la voz entrecortada.
“Compresión medular en la columna dorsal”. Mi Papá pasó de caminar con bastón 30 cuadras por día a no sentir las piernas. Todo en cinco meses. Con la condena médica sobre su espalda, mi Mamá, mis tres hermanos, sus seis nietos y yo actuamos. Conseguimos un andador y una silla de ruedas para que sean sus sostenes físicos. Nosotros íbamos a sostenerlo emocionalmente. No lo íbamos a dejar caer. “Consultemos a otros médicos. Intentemos llegar a los mejores del país. Que ellos nos digan que Papi no puede caminar más. Pidamos plata a amigos o saquemos créditos para pagar los gastos. Hagamos el intento. Es lo mínimo que merece”, nos propusimos en bloque a horas del diagnóstico.

En esos días, creo que “Los 14” -así se llama nuestro grupo de WhatsApp familiar con cuñados incluidos metiéndole garra- buscamos señales. En un paquete de sahumerios que compré apareció un cartoncito con la frase: “Nunca te rindas”. La compartí con mis viejos y mis hermanos. Nos prometimos tatuárnoslo cuando “Pichi” -así lo conocen todos- saliera de la pesadilla.
Avanzamos. En dos meses dimos con neurocirujanos de impecable trayectoria que coincidieron en que se tenía que operar de manera urgente y que todo iba a salir bien. No podían creer el primer diagnóstico: “Si un médico de mi equipo o un estudiante de la facultad en la que enseño me dice que a tu Papá no lo opera, le saco la matrícula o no lo apruebo más”, enfatizaron. Mi Viejo se operó de la columna dorsal el viernes 21 de marzo a las 8 de la mañana en la Fundación Favaloro. Al mediodía nos recibió a todos en una habitación común muy conmovido, pero con su sonrisa de siempre. A sus 77 años, al cabo de una hora, empezó a mover los pies como cuando nació mi hija y mi mamá la hizo caminar por primera vez.
Sabemos que físicamente los hacedores de lo que sentimos como “un milagro” fueron el neurocirujano Javier Salazar y su equipo de extraordinarios profesionales. Cuidaron todos los detalles de una intervención mínimamente invasiva que liberó la médula de mi Papá y le dejó como recuerdo solamente un puntito en su espalda. Ellos, su experiencia y su calidez fueron las naves insignias junto a mi abuela Ofelia que, sin dudas, lo cuidó desde el cielo (Nunca lo soltaste ¡No lo ibas a soltar ahora! ¡Gracias Abu! Te amamos para siempre). Estoy segura que también, el día de la cirugía, estuvieron con mi Papá simbólicamente como ángeles todas las personas que nos ayudaron a dar vuelta su historia.

Estuvieron Antonella Lozano Rojas, la secretaria del doctor Salazar y Andrea Zammataro del departamento de Neurociencias de la Favaloro que atendieron con una paciencia infinita nuestra decena de llamados pidiendo autorizaciones y turnos para distintos estudios. Con ellas, un profundo agradecimiento a todo el personal de la Fundación, desde los empleados de seguridad hasta el último eslabón de la cadena de atención médica. ¡Qué orgulloso estaría de ustedes el doctor René Favaloro! Estuvo la doctora María Verónica Iovanna, directora de Prestaciones de segundo nivel de IOMA, que nos bancó y siguió minuto a minuto las derivaciones a la Favaloro como si fuese una integrante más de nuestra familia. Estuvo el neurocirujano Rafael Torino del Hospital Británico, el primero en decirle a mi papá que la operación era su salida hacia una mejor calidad de vida.

También, Alejandra Marino de Prensa del mismo hospital y los doctores Eduardo Jordan y Horacio Sarramea, ambos de Lomas de Zamora, que nos ayudaron con precisión y sin pausa con los primeros consejos y las primeras consultas. Estuvo la comunidad de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Temperley acompañando con sus rezos. Y Micaela B. Machado con su buena energía ayudando a mi Viejo con armonizaciones y reiki para perder de a poco el miedo. A todas y a todos, no sabemos cómo agradecerles lo que hicieron por él.
Valeria López / [email protected]
EL COMENTARIO DEL EDITOR
Por César Dossi
Pichi, y su milagro para sellar una etapa
Cuando todas las esperanzas se derrumban y las fuerzas físicas se desploman a la par, cualquiera sea el caso y más con temas sensibles de salud, creemos que ya no hay más salidas, que todo se acabó. Y esperamos que ese “milagro” revierta esa situación de abatimiento.
Fue lo que sintieron la lectora Valeria y su familia. Que hoy puede festejar y también cuestionarse que “mientras mi Papá se recupera con una rapidez increíble, me pregunto cuántas personas quedan en el camino con falsos diagnósticos. Cuántos pacientes no se cruzan con profesionales dignos que dan en la tecla y quedan sentenciados a sufrir por otros seudo médicos”, se lamenta con indignación. Y agrega con cierta bronca por la desidia que describe en su carta que “es un hecho que vamos a ir a ver al seudo médico de la clínica de Adrogué para decirle esto cuando mi Papá dé sus primeros pasos. Créame ‘doctor’, si está leyendo esta carta, su inhumano y errado diagnóstico fue una estocada mortal en nuestro corazón, pero pudimos esquivarla a tiempo. Unidos, dimos vuelta la página y ya estamos diseñando nuestro tatuaje”.
Buscar una segunda opinión médica, después de haber recibido un diagnóstico dudoso, es un derecho del paciente. Se pude acudir a este recurso cuando hay necesidad de certeza, falta de confianza, descontento entre el médico y el paciente. Pero sin la fuerza, la unión y el amor por Pichi, otra hubiera sido la historia. También van a cumplir una promesa, “Nunca te rindas”, el nuevo tatuaje familiar que sellará una etapa en sus vidas.
Por eso, Valeria escribe esta carta como denuncia y ejemplo, y grita a los cuatro vientos: “¡Gracias, Viejo querido, por no rendirte! Al igual que con Mamá, tu compañera incondicional, somos tus fanáticos y tu red. Dirían tus nietos en uno de los últimos mensajes que mandaron al WhatsApp: ‘Ya estás preparado para jugar un fútbol 5 mañana a las 20?’”.
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