Tiene 17 años, absolutamente toda la frescura de su adolescencia, y claro está, es nativa digital. Escribe y relata las conversaciones con amigas, chicos, en vivo y directo, multichat, hiperconexión, y una frase llama mi atención, y allí me detengo: “¡¡Se ríe con mayúsculas, me encanta!!!”
No seríe con ganas, con entusiasmo, como loco, se descostilla, no…Se ríe con mayúsculas. La comunicación entre los jóvenes (y la tecnología atrapó en los últimos años a los adultos también) marca una nueva forma de describir canales comunicacionales. Lo que se dice es primero leído antes que oído, se escribe, podría inventar un verbo, se “emoticona” el lenguaje.
Una paciente me contaba, emocionada, o mejor dicho, me mostraba primero desde su teléfono celular, testigo inmutable de los “grandes aconteceres” del cotidiano de nuestros tiempos: "Ale, mirá, me puso tres caritas con corazones en los ojos, ¡esta re enamorado!". Los íconos, a los ojos de los receptores, son inapelables. Es “jugado” poner varios juntos, esos raros códigos nuevos. Atrás quedaron ramos de flores y serenatas de mariachis…
Indiferencia virtual
“Clavó el visto y no me contesta enseguida, no entraba a nuestro chat. Seguía en línea y yo no le importaba. Estuvo una hora online sin hablarme. Después se desconecta, seguro se encontró con otra. Pasé una tarde terrible, después de eso no le hablé ni le respondí (porque al día siguiente él intentó darme explicaciones, no lo dejé ni empezar). Una semana no le hablé, lo bloqueé. Cuando volvimos a conversar me cuenta que se le empezó a inundar de repente la casa y trataba de llamar a la madre, por eso no me contestaba…¿Qué líos se arman con estas cosas, no">