Imaginemos qué sucedería si una crónica contara la historia de una estudiante abusada en una universidad. Especulemos: mucha gente se sentiría interpelada, dolida; protestaría. Otros medios cubrirían la noticia, los políticos pensarían medidas de prevención; la institución quedaría dañadísima. ¿Y si luego se comprobara que la violación no existió? Algo así pasó en Estados Unidos. La revista Rolling Stone publicó A Rape on Campus de Sabrina Rubin Erdely, que relata el abuso sexual sufrido por Jackie durante una fiesta en la fraternidad Phi Kappa Psi en la Universidad de Virginia. En la nota nunca aparecía la voz de los agresores, en teoría, a pedido de la víctima. El caso llegó al mainstream televisivo. Y se difundieron tremendas estadísticas, como las expuestas por el experto en seguridad en las universidades, Daniel Carter: Una de cada cinco mujeres sufren ataques sexuales en el ámbito académico, aunque sólo un 12% lo denuncian. El tema estaba instalado desde el año anterior, por otro texto sobre una violación en Columbia. En enero de 2014, Barack Obama había mandado a investigar más de 80 universidades. Por lo de Jackie, las autoridades de Virginia se disculparon y suspendieron las actividades del grupo. Hubo consecuencias institucionales y protestas estudiantiles. El Washington Post se dedicó a analizar la investigación hasta encontrar, entre otros elementos, contradicciones entre víctima y testigos. La RS sacó un comunicado: el texto había pasado el filtro de los fact checkers pero ante esa evidencia, asumía que no había logrado comprobar su veracidad. Días atrás una funcionaria de la Universidad de Virginia demandó a la revista y a la autora del texto por difamación luego de que la policía no encontrara pruebas del hecho. Exige una compensación de casi 8 millones de dólares.
No es la primera vez que sucede algo así en la historia del periodismo narrativo.
El mundo de Jimmy, publicado en The Washington Post , relataba la vida un niño adicto a la heroína y llegó a ganar el premio Pulitzer en 1981. Se comprobó que el protagonista no existía y la autora confesó que así era. Más allá de lo jurídico, estos eventos resultan, desde la crítica literaria y de medios, incentivos para reflexionar sobre los matices del género.
El “fact checker” estadounidense
Ya está instalado, en el ámbito de la crítica, tal como escribe la especialista en Rodolfo Walsh, Ana María Amar Sánchez en El relato de los hechos , que el género se juega en los bordes, en los márgenes de las formas de lo literario y lo político, lo imaginario y lo real. ¿El texto de RS buscaba experimentar, tensar las fronteras propias de los códigos de la no ficción? Otros casos alientan –de manera productiva– el pensamiento sobre la relación entre verdad y literatura de no ficción. En el prólogo a la reedición de Falsa calma , María Sonia Cristoff cuestiona algunos sobreentendidos del género que conviene desarmar: “Se ha instalado un supuesto que parece indicar que por crónica únicamente debe entenderse una narrativa escrita bajo los preceptos de los manuales de ética periodística a la que luego se debe edulcorar con literatura”. El caso de Michael Finkel y The New York Times Magazine mencionado por Cristoff muestra un cariz definitivamente distinto al de Jackie. Luego de una exhaustiva investigación sobre las condiciones laborales en campos de Costa de Marfil, Finkel armó un texto desde el punto de vista de un adolescente. Reconstruyó una voz particular a partir de muchas entrevistas. “A pesar de que esas investigaciones habían sido muy serias, tan serias que le habían permitido a Finkel hacer hipótesis no solamente sólidas sino también inesperadas acerca de las condiciones de trabajo en las plantaciones y de las condiciones de pobreza generalizadas (...), los editores consideraron que había inventado y entonces lo echaron”.
En esa tensión entre las reglas éticas de los medios, la construcción de un pacto de lectura honesto, y el cruce problemático entre los recursos narrativos y el trabajo de campo se pone en juego el estatuto de la verdad en la literatura de no ficción. ¿Cumple la crónica de RS su función de conmover y generar solidaridad en el público, ante la cantidad de delitos que se cometen? ¿O fracasa por las falencias expuestas? ¿Qué relación guarda este tipo de textos con los lúcidos ejercicios narrativos de José Martí, quien escribía sobre personajes a quienes sólo conocía por leer la prensa estadounidense? ¿Y con el de Finkel, que fue castigado por su medio, aun al explicitar el procedimiento de aunar en una voz, sus múltiples entrevistas? ¿Hasta qué punto la práctica del “chequeo de información” es una tiranía metodológica que nada tiene que ver con la construcción de un mundo posible a partir de un hecho real?
Para la Dra. Gabriela Polit, crítica literaria y profesora de la Universidad de Texas, es necesario analizar las tradiciones latinoamericanas y las estadounidenses. “Debemos pensar el contexto, que siempre cambia. Cambiaron aquellos en los que se publicó A sangre fría (1966) de Capote, como cambian los que enmarcan nuestras lecturas. En Latinoamérica la relación entre el género fue bien llevado por sus parientes cercanos, la literatura y el periodismo”. Lo que se le pide a un texto de no ficción, dice, es rigor, y esto no implica imparcialidad. Polit estudia obras de cronistas que narran violencias extremas. “Los lazos afectivos que los unen con sus personajes, solidaridad y compasión (ponerse en lugar del otro) al narrar las vidas de los menos privilegiados, víctimas inocentes de la violencia, no hacen sus textos menos objetivos ni sus historias menos verdaderas”.
Alonso Salazar, en su libro sobre el narco colombiano Pablo Escobar, por ejemplo, crea un personaje en base a muchos. “Lo que pido a esos textos es que no me escondan ese procedimiento, como tampoco si han establecido una relación íntima con los personajes”.
El dilema entre el modelo regional y el estadounidense se expone en el diálogo Actuar la vaca publicado en la revista Otra Parte , entre Martín Caparrós y María Moreno. Ella comenta que no habría una exigencia de pruebas cuando la crónica se asocia más al ejercicio de una mirada que a una investigación. Y que le dijo a Rodolfo Walsh si le había preguntado a la viuda de uno de los fusilados de Operación Masacre (1957) qué había comido antes de morir. “¿Las milanesas con papas fritas eran un dato de la realidad dado por la viuda o un verosímil para un obrero que todavía disfrutaba de un buen pasar? El, primero, me hizo una broma, pero muy significativa: ‘Nadie me va a hacer un juicio por eso’”. Caparrós comenta: en el concurso realizado por la FNPI y Seix Barral, donde estaban como jurados, Jon Lee Anderson desestimó el trabajo del chileno Juan Meneses La vida de una vaca . Anderson preguntó: “¿Pero ese hombre vive con la vaca">