La imagen de unos dedos bañados en sangre, un tapón de plástico y los coágulos semi vivos rodando por la pileta del baño –cualquier baño, incluso uno público- eran las imágenes que se me venían a la cabeza cada vez que mi amiga Ivana me hacía la pregunta, “¿no usás la copita?” “No, todavía no la probé”, respondía, atribuyendo todo a mi vagancia que no había explorado ese otro hábito de consumo “hippie”, “¿se encarga por internet? “¿cuánto sale">